Ella es libre. Así lo dijo al avistar el 29 de abril su cumpleaños número 51, y le creo. Sobre todo en el entendido de que ese estadio no se consigue con la edad sino, mediante las decisiones que fraguan el destino propio. Como cuando la festejada decidió que finalmente su aspiración vital no sería trabajar en una tienda de prestigio o ser la secretaria de algún despacho de abogados en su natal California. En cambio, quiso ser y lo ha sido, un halcón, una princesa, una drogadicta seducida por el poder de las mafias, una actriz erótica y una amante fogosa, también una gran cantante y hasta crítica de la televisión; en algo parecido a un estigma por los rituales esotéricos que disfrutó cuando joven, hasta una bruja, vidente, loba y gata ha sido.
Ella es libre porque saltó el obstáculo de la visibilidad que buscan muchos como el signo del éxito personal. Siempre tímida y auténticamente ignorante de su belleza, reserva su vida privada en esa esfera; en la pública ha cumplido con su trabajo sin poses ni extravagancias. Pero si algo no puede controlar ella sobre ella misma es que ya es una diva en ese pedazo de industria cultural que hemos dado en llamar cine. Sí, una diva que rompe con las barreras del tiempo y el espacio; incluso ella no puede explicarse en la relación cronológica de su presencia en la pantalla: cuando llega la noche, por encima de todo, ni un hombre solitario ni los caballeros de Hollywood podrían recordarla más que por su edad de la inocencia o sus relaciones peligrosas o en su dulce libertad que denuncia los sitios sombríos del mundo del espectáculo entallada en aquel espléndido vestido rojo, entre otras revelaciones. Nada más por eso y por sus líos con la mafia, con los hechiceros y hasta con el demonio mismo es que es una inmortal. Además, estoy seguro de que la tenemos con nosotros hasta por lo que no fue, la intensa y guerrera Evita o la suspicaz policía del silencio de los inocentes. No se le reclaman las decisiones que tomó en tanto dueña de su libertad, incluso ni siquiera hay reproche cuando fue aquella pink ladie llamada Stephanie.
Si la imagen es algo así como la expresión inasible pero viva de nuestras representaciones entre las que caben los sueños, entonces ella trascendió su propia imagen. No es un sueño, los suscita que es distinto, ni sólo una representación sino varias más las que faltan, y esto es así porque logró el multifacético desdoble que nos hacen ser fieles enamorados de sus ojos y de su boca, de su sonrisa deslumbrante de piel eslava, de su pelo rubio ensortijado o cómplices desfachatados de sus búsquedas y de sus desvaríos, de su cólera y de sus lágrimas, cuando no inquisidores de la ruta libre que eligió al representar papeles que no quisiéramos en la vida, incluso ni para ella. Pero si algo de todo esto es cierto es que, si le da la gana, mañana podría ser secretaria o mostradora de ropa en una tienda de prestigio.