Una apariencia inadecuada es, para un niño, peor que ser malo… y para una mujer, ser un fracaso
Mucho se ha hablado de la anorexia y la bulimia nerviosas, quizá como resultado del fallecimiento de varias modelos en 2006. Desafortunadamente algo tan grave ha tenido que suceder para que la sociedad adquiera conciencia de la magnitud del problema. La obsesión por la delgadez es un fenómeno muy común que está poniendo en riesgo la integridad física y mental de miles de mujeres, principalmente, tanto en nuestro país como en el resto del mundo.
La obsesión por la delgadez ha traspasado los límites geográficos, las barreras sociales y culturales con la eficaz influencia de los medios que venden imágenes casi irreales de bellas y etéreas modelos, en su mayoría muy jóvenes, exitosas y millonarias.
Estas modelos se erigen en un ideal estético al que aspiran demasiadas mujeres y, entendido esto como un fenómeno social, parecería basarse en unas ansias femeninas irracionales de buscar la belleza corporal y una apariencia juvenil a cualquier costo. De esta manera, la construcción social de lo femenino, es que las mujeres somos valoradas por nuestro aspecto antes que por el intelecto, y donde el cuerpo es visualizado como instrumento de seducción, como objeto sexual que entrega un cierto poder ante los hombres y ante la sociedad en general.
Esta distorsión de valores ha sido eficazmente fomentada por la industria cosmética, de las dietas y del mantenimiento físico, por los medios y la publicidad. ¿Quiénes no hemos hecho dieta alguna vez? De las mujeres, una abrumadora mayoría. La sociedad presiona a las mujeres de todas las edades para que se ajusten a un modelo estético casi inaccesible, y les ofrece una serie de herramientas, algunas altamente tecnologizadas, para lograrlo: cirugías, cosmética y programas de adelgazamiento, que en los últimos años han proliferado significativamente en todo el mundo. Y tras ello encontramos a un conjunto de empresas que lucran a partir de la distorsión de valores respecto de la imagen corporal de las mujeres en especial, logrando un volumen gigantesco de ganancias. Tan sólo en Estados Unidos la industria de la dieta mueve, aproximadamente, 50 mil millones de pesos.
Según el Instituto de Salud Mental de EU, una de cada 100 niñas adolescentes sufre de anorexia y 4% de bulimia, en tanto que un 15% adicional presenta “trastornos significativos” en sus actitudes y comportamientos alimentarios. La anorexia-bulimia presentan las más altas tasas de mortalidad de todas las enfermedades psiquiátricas: uno de cada diez casos resulta en fallecimiento por desnutrición, insuficiencia cardiaca o suicidios. Una de cada cinco personas aquejadas de anorexia muere dentro de los primeros 20 años desde que se le diagnostica la enfermedad, ya sea por desnutrición o por suicidio. Entre el 20 y 40% se recupera y en otro 40% de los casos, aproximadamente, se hace crónica.
No obstante lo anterior, también debemos entender que los trastornos de la alimentación son enfermedades multifactoriales cuyos componentes se ubican en tres grandes ámbitos que son biológico, psicológico y social.
En relación con el primero, mucho se ha investigado y se concluye que estas enfermedades tienen fuertes componentes genéticos pues entre más parecido es el cuadro de enfermedad, más fuerte su componente biológico. Aquí se habla de la tendencia al perfeccionismo, la depresión, la biología de las adicciones, los aspectos de neurotransmisores y a lo obsesivo-compulsivo; en cuanto a lo psicológico se trata de la autoestima puesta en la imagen, en lo narcisista, en el “parecer” más que en el ser y sobre todo, en la presión y ejemplo de la familia en relación con el peso y la figura. El componente social es al que hago hincapié, no porque sea ni el único ni el más importante, pero sí el que explica la enorme cantidad de casos que existen de chicas enfermas.
Sabemos que la moda y los medios son un factor detonante, pero también sabemos que muchas personas están expuestas a los mismos ambientes tóxicos y no se enferman. Se ha visto que en estos casos, la familia ha sido el velo protector que decodifica los mensajes e imágenes y las transmiten a sus hijos, como si fueran una vacuna que los protege. Mucho de esto se logra a través del amor incondicional de los padres, a sus valores y, por supuesto, a su salud mental.
Regresando al aspecto social, podemos concluir que la delgadez no sólo representa belleza, sino que además ha sido convertida en símbolo de éxito personal, de estatus social y de autocontrol de la mujer. Las mujeres deben siempre tratar de ser bellas, o viven bajo una fuerte presión social para no ser feas. La fortuna de una mujer depende -mucho más que la de un hombre- de tener una apariencia por lo menos “aceptable”. Los hombres no están sujetos a esta presión. El cuerpo del hombre se construye para la acción, para el movimiento, en cambio el de la mujer para “parecer” como si se tratara de un objeto que debe ser delgado para ser bello. La buena apariencia en un hombre es una ganancia y no una necesidad psicológica que determine su autoestima.
La trampa está echada: nos valoramos a nosotras mismas en función de una valoración externa que depende de cuánto nos aproximamos a un ideal de belleza irrealista e inhumano, con un resultado catastrófico para nuestra autoestima e integridad personal. O nos unimos para combatir este estereotipo denigrante de “belleza” y luchamos, ya, ahora, con fuerza y compromiso: sociedad, medios de comunicación, familias, escuelas, diseñadores, médicos y hospitales, educación y salud contra este flagelo que pone en riesgo el presente y el futuro de la mujer mexicana o nos cruzamos de brazos para ver a nuestras hijas, hermanas y nietas quizá morir de anorexia o bulimia.
Ante este panorama surge la pregunta, ¿qué podemos hacer? Los medios pueden y tienen una gran responsabilidad con la ventaja de tener el poder para cambiar. ¿Cambiar qué? La información debe enfocarse hacia la aceptación del hecho en sí mismo: la anorexia sí existe, es grave, y nadie la quiere ver. Pueden mostrar, ejercer presión y apoyar a instituciones no gubernamentales en la propagación de campañas de prevención. Si se puede emitir tanta información dañina y tóxica, ¿no podemos mandar mensajes que promuevan la salud, la equidad y el respeto hacia el cuerpo de las mujeres?
Termino con la vieja frase de Simone de Beauvoir: “Perder la confianza en el propio cuerpo, es perder la confianza en sí misma”.