Admiro varios actos de espionaje en la historia. Uno de ellos ocurrió hace casi 250 años, cuando un jovencito de 14 años escuchó por primera vez “Miserere Mei Deus”; debió ser un miércoles o viernes de la Semana Santa porque la composición sólo se cantaba en aquellos días durante los maitenes, que comprende las horas más tempranas del amanecer (como en este mismo instante que la escucho, a las 4:16 de la mañana).
“Miserere Mei Deus” fue compuesta por Gregorio Allegro en 1638, durante el pontificado del papa Urbano VIII y la pieza es un ejemplo del estilo polifónico del Renacimiento -un coro a cuatro voces cantaba una parte y otro a cinco voces una más elaborada. Miserere no podía ejecutarse fuera de las paredes del gran señorío de la iglesia católica y los papeles con la composición se guardaban celosamente en la Capilla Sixtina.
Sucede entonces que en la Semana Santa de 1770 entró a la iglesia aquel joven de 14 años, la oyó y la guardó en la memoria para transcribirla al papel y, claro, hacer la interpretación al piano. El mundo religioso fue conmovido y decenas de miles de personas quedaron maravillosas con el desplante de ese muchacho prodigio quien, vaya paradoja, fue hecho Caballero de la Orden de la Espuela de Oro por el papa, en reconocimiento al genio a pesar de que resquebró una de las disposiciones católicas más emblemáticas de aquellos tiempos. Ese joven se llama Wolfang Amadeus Mozart y el piano en el que tocó esta famosa composición se encuentra en el Museo Nacional de Austria (creo que algo de lo más conmovedor que he visto es ese piano, en Viena hace cinco años, donde Mozart interpretó esa que es la musicalización del salmo 51 del Antiguo Testamento): “Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre enfrente de mí”.