“Nos estamos volviendo idiotas” decía categórico un video de esos que a menudo se comparten en las redes sociales y la mensajería instantánea, el tema era simple: la adicción al celular nos está volviendo idiotas.
De forma concreta y breve, el video muestra gente de todas las edades caminando por las calles, en restaurantes con la familia, amigos e incluso con la pareja, así como en diversos espacios públicos con algo peculiar en común: todos sonríen y hablan con su celular.
Refería cómo las relaciones entre las personas, más que la presencia física, hoy están en función de “los buenos días”, “buenas noches” contestar a tiempo o no dejar en “visto” una comunicación recibida por WhatsApp u otra aplicación con funciones similares.
El concepto de alegría o de un gran día, se circunscribe al número de “likes” o “me encanta” que los contactos obsequian a una publicación en Facebook, Instagram o Twitter, misma que es notificada y vista a través de los dispositivos móviles, puesto que la inmediatez es fundamental para definir el nivel de popularidad o aceptación de aquello que se comparte en las redes. Esto conduce a los usuarios a un estado de hiperconectividad que solamente se ve interrumpida –en ocasiones– por las escasas horas que destinan a dormir.
En 2017 el uso del teléfono inteligente rebasó el plano de la mera necesidad de establecer comunicación, lo importante es estar conectado todo el día y parte de la noche. Este comportamiento en los usuarios de dispositivos móviles, se ve fortalecido con un mercado en expansión.
Según estudios presentados por Cisco, se proyecta que durante los próximos cinco años existirán alrededor de cinco mil 500 millones de usuarios de móviles, lo que representa el 70% de la población mundial (app.eltiempo. com/tecnosfera).
La misma fuente pronostica que los dispositivos inalámbricos generarán el 98% del tráfico de datos móviles en el 2020 y que la cifra de usuarios de estos será superior al número de personas que tendrán electricidad (cinco mil 300 millones), agua potable (tres mil 500 millones) y automóviles (dos mil 800 millones) en 2020.
Más allá de las cifras, lo que persiste en el fondo es una creciente necesidad de la población en el mundo entero de disponer de un teléfono móvil. Sin demanda no hay oferta y viceversa.
Se habla de igual manera, de un cambio en el consumo de contenidos que hasta hace muy poco tiempo, se consideraban privativos de la televisión como son videos, publicidad, comunicaciones formales, asuntos laborales e incluso mensajes motivacionales, es lo que se comparte hoy.
La gran paradoja de nuestra era, pareciera consistir en que mientras más conectados nos encontramos con el mundo, nuestra vida está sometida a un aislamiento que parece irreversible, “Mi celular y yo nos bastamos”.
Somos populares entre decenas, cientos o miles de personas, mientras permanecemos distantes de quienes conforman nuestro entorno inmediato, las personas reales que día con día experimentan nuestra indiferencia frente al amor que profesamos al teléfono celular o peor aún, que comparten el hábito.
Sostener una charla “face to face” está cayendo en desuso pues todo se puede arreglar desde la virtualidad, es más sencillo, “más barato”–los emoticonos y stickers contribuyen al ahorro de palabras para expresar emociones– y se tiene la facilidad de un control de daños si las cosas no resultan como se esperaba: siempre se puede eliminar, bloquear, dejar en visto o sencillamente ignorar a las personas.
Estar enganchado, no es lo mismo que conectado.
“Me gusta despertar de madrugada y saber que estás a mi lado, verte, tenerte entre mis manos y volver a dormir… Te amo mucho, mi celular”, dice uno de los tantos memes que circulan en la web.
Daños colaterales
Entre los principales beneficios que ofrece el contar con un dispositivo móvil, figura el mantenerse actualizado de noticias, tener acceso a millones de datos e información para la toma de decisiones –al menos en teoría–, el ejercicio de derechos y ante todo, mantener la comunicación constante con otras personas sin necesidad de estar frente a un ordenador.
En otras palabras, el uso moderado de los dispositivos móviles aporta ventajas incuestionables no solo en lo concerniente a la comunicación entre los usuarios, sino en otros campos de la existencia.
La dificultad viene con los excesos, como lo es el temor a salir sin llevar el celular. Esto es lo que se conoce como Nomofobia. Algunos la definen como “el miedo a no estar conectado, angustia por dejar el smartphone en casa o consultar los mensajes cada pocos segundos. (Olivares, 2014)
El término proviene de “no-mobile-phone phobia”. Es el nombre con el que se ha definido al temor de estar sin móvil y nació en Reino Unido. Actualmente se estima que poco más del 50% de personas que poseen un celular, experimentan ansiedad cuando se quedan sin batería, no tienen cobertura de red o lo extravían.
El argumento: la cantidad de contactos importantes y la dificultad para establecer comunicación con ellos.
Algunos especialistas particularmente en España, se refieren a la nomofobia como un simple hábito cultural, una tendencia de consumo mientras otros aluden la existencia de un trastorno psicológico, aún y cuando no es oficialmente reconocido como tal.
Lo que sí es cierto, es que ambos coinciden en las consecuencias de este uso desmesurado del teléfono móvil.
Olivares, en su artículo publicado en EFE, menciona que detrás de este hábito respecto del uso exacerbado del celular, puede ocultarse un problema de orden psicológico, puesto que una fobia en su sentido estricto es una manifestación de un conflicto interno.
En ese orden de ideas, Antonio de Dios, psicólogo del Hospital Quirón de Marbella, mencionó para EFE que entre las principales causas de la nomofobia se encuentra un problema de autoestima y de relación, así como la inseguridad personal y el perfeccionismo.
Algunas de las principales consecuencias en la salud, derivadas de esta exposición excesiva al móvil, son el insomnio, la ansiedad y un estado de alerta descomunal provocado por la espera de la llegada de una notificación, una actualización de estatus e incluso una llamada.
Peor aún si se envió un mensaje y no se muestran las famosas palomitas azules o se deja como leído.
El profesor Hugo Landolfi autor del libro De Víctima a Protagonista se refiere a este fenómeno como un camino de desconexión real con las otras personas.
Reflexiona del ¿por qué preferimos nuestro teléfono frente a la otra persona? ¿Por qué sobreponemos al teléfono obviando a quien tenemos enfrente? Su respuesta es que las relaciones reales entre los individuos implican un compromiso, un jugársela, estar presente, llorar, tocar, ser tocados, dar una opinión, sentir.
En nuestra sociedad líquida con amores líquidos, como lo diría el extinto Bauman, pareciera que no solo nos atemoriza dejar el celular en casa, sino también todas esas cosas que implican una responsabilidad y nos escondemos en la distancia. El teléfono celular pone una barrera.
Landolfi, sostiene que las tabletas y celulares nos ponen en una burbuja que nos aísla del mundo, de reflexionar de lo que nos pasa a nosotros y a los demás. Para evitar la frustración, para no pensar, no llorar, no sufrir, no tocar, ni ser tocado, no contradecir y no ser contradicho, en suma, no vivir. Encerrarse, aislarse y dejar un resquicio mínimo de comunicación entre esas letras que van y vienen sin profundidad. Es contundente al mencionar que limitar la comunicación o conocer el mundo a través de un dispositivo móvil es como ver la vida a través de una rendija.
Se están destruyendo las relaciones interpersonales en vivo.
Esta realidad me traslada a una película en donde Bruce Willlis es el protagonista, se llama “Identidad Sustituta” (2009).
Trata de una sociedad en donde las personas viven recluidas, pero en el plano existente disponen de un robot idéntico a ellos que les representa, este no envejece, no padece y hace las funciones que en otro tiempo realizaban los humanos.
Se trata no solo de una nueva configuración de la comunicación escrita y verbal –mensajes de audio, transmisiones en vivo–, sino de una forma de vida distinta en donde el contacto real es casi inexistente (por no decir que es inexistente, las personas están siempre desconectadas de su entorno).
Conclusiones
Bajo esta perspectiva, la nomofobia no se limita al miedo a estar sin el teléfono celular, el fondo del tema es el temor a vivir. Estamos ante una crisis de la presencia y por consiguiente, una crisis de la ausencia motivada quizá, por el hedonismo característico de nuestra época y facilitada por Internet. La inmediatez impide la reflexión, la profundidad, el sufrimiento, el agobio aún y cuando ello no sea garantía de bienestar y felicidad.
Vivir en alerta permanente, con insomnio y ansiedad, no es precisamente la mejor calidad de vida.
Esta no es una condición de las nuevas generaciones –que desde luego parecieran tener más acentuado el fenómeno– padres, hijos, hermanos, adultos, niños, hasta bebés, tienen adicción por el uso del celular, es, en cierto modo, una forma de evasión de la realidad que no distingue grupos de edad.
¿En qué momento cambiamos una caricia real por un emoticono?
Sea un hábito o un trastorno psicológico, síntoma o causa, el hecho es que se registra un cambio en las relaciones interpersonales derivado del uso excesivo del celular.
Las soluciones contra esta tendencia, van desde las reglas en casa, limitar el acceso a Internet, así como el uso de celulares durante la convivencia familiar o entre amistades y, desde luego, lo que parece ser el centro de todo en nuestra sociedad: la educación.
Referencias
Landolfi, H. (7 de septiembre de 2014). 10 lecciones gratis sobre “De víctima a protagonista”:. De víctima a protagonista. La adicción al teléfono móvil genera alienamiento e incomunicación. S/R, S/R: https://www.youtube.com/ watch?v=JyT9waThy_o. Olivares, P. (13 de enero de 2014). Nomofobia: esclavos del móvil. Recuperado el 14 de mayo de 2017, de EFE: Salud: http://www. efesalud.com/noticias/nomofobia-esclavos-del-movil/