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viernes 18 octubre 2024

Políticos periodistas y periodistas funcionarios

por Juan Manuel Alegría

“En lo que a mí respecta, es una maldita vergüenza que un campo vital y potencial como el periodismo sea invadido por tontos, vagos, por la apatía, por la complacencia, y que, en general, esté estancado en una ciénaga de mediocridad. Si esto es de lo que busca alejarse, entonces creo que me gustaría trabajar para usted”.
Hunter S. Thompson, en una carta a The Sun.

El periodismo está amenazado, por un lado, como siempre, por el Estado, con la censura o el cohecho o, en casos como Venezuela, comprando medios, encarcelando periodistas y obligando a cerrar periódicos. Además de las amenazas cada vez cumplidas, del crimen organizado.

Reporteros Sin Fronteras (RSF) publicó que desde enero de 2000 a finales de 2014, 81 periodistas mexicanos perdieron la vida, y Artículo 19 documentó un total de 222 agresiones contra la prensa, entre ataques físicos, intimidaciones, amenazas, censura y ataques a las instalaciones de los medios.

La Campaña Emblema de Prensa (PEC), organización no lucrativa con sede en Ginebra, que brinda protección jurídica y de seguridad a los periodistas en zonas de conflictos o en misiones peligrosas por todo el mundo, señala que en 2014 128 periodistas fueron asesinados en 32 países.

Por ello, Freedom House, organización norteamericana que mide el estado de los derechos políticos y libertades civiles en el mundo, afirma en lo que se refiere a libertad de prensa, que en los últimos veinte años 32 países han retrocedido; entre ellos está México. Esto no significa, como menciona cierto afán sensacionalista que “no existe libertad de prensa”, sino que el ejercicio de ella ha “disminuido”.

Por otro lado, como la prensa de papel ha ido perdiendo credibilidad los lectores han emigrado a Internet, lo que ha provocado que desciendan drásticamente los índices de ventas de diarios.

Por ejemplo, en España, prnoticias, (diario Online especializado en comunicación, marketing, periodismo, Internet, radio y televisión) cita un análisis del Estudio General de Medios (EGM) publicado el 15 de abril pasado:

“En marzo de 2008 la totalidad de los diarios impresos registraba 15,9 millones de lectores, mientras que en el EGM conocido ayer correspondiente a abril de 2015 -siete años después- no supera los 11,5 millones, un 27,6% menos”.

Prnoticias agrega que el descenso es mayor en los medios nacionales que en la prensa regional: “En el ranking de los quince primeros diarios por número de lectores ‘Marca’ sigue siendo el más leído con 2,3 millones de lectores, un 9,8% menos (una pérdida de 262.000 lectores), frente a ‘El País’ que pierde la friolera de 800.000 lectores, un 34% menos hasta los 1,5 millones. ‘El Mundo’ no se queda atrás y se deja 435.000 hasta los 960.000 seguidores.” Eso mismo ocurre en muchos países.

Otra amenaza es la autocensura que realizan los editores, directores o dueños del medio sin que se lo pidan los poderosos o los anunciantes. Por ello, el periodista reprimido en su medio crea su propio portal, genera blogs o publica en sitios alternativos digitales. Todo sirve para denunciar u opinar libremente: Twitter o Facebook, entre otros.

También amenaza al periodismo la ingente cantidad de espontáneos que opinan en donde pueden. No son pocos los medios digitales que aceptan colaboraciones gratuitas escritas por gente que ignora las más elementales normas de la ética periodística. Por lo que es común, injuriar, difamar, hacer circular rumores o inventar información.

Así, dijo Umberto Eco:

-“Con Facebook y Twitter es la totalidad del público la que difunde opiniones e ideas. En el viejo periodismo, por muy asqueroso que fuese un periódico, había un control. Pero ahora todos los que habitan el planeta, incluyendo los locos y los idiotas, tienen derecho a la palabra pública. Hoy, en internet, su mensaje tiene la misma autoridad que el premio Nobel y el periodista riguroso”. Esto preocupa, como señala Héctor G. Barnés:

“Wedel [Janine R.] advierte que esta situación acarrea un gran peligro, y es que vivir en un simulacro semejante -siguiendo la terminología de Jean Baudrillard- provoca que desaparezcan aquellas instancias que, en un pasado, velaban por comprobar que la información era veraz y que las instituciones se conducían correctamente. En un mundo en el que prima la extrema subjetividad del consumidor entendemos que, como afirmaba la máxima de Jean Renoir, todos tienen sus razones, y estas se escapan entre las visiones del mundo en que decidimos creer, como ocurrió con el espionaje de la NSA. Los estándares del periodismo han desaparecido en favor de la soberanía del lector, que decide qué es lo que interesa. Pero ello puede provocar que, con la desaparición de la objetividad, ‘los grandes agentes del poder de hoy en día pueden operen sin rendir cuentas y se salgan con la suya'”. (El Confidencial. 07/01/2015).

Además, agentes de inteligencia del gobierno (“Orejas”) se infiltran al periodismo como reporteros y los políticos escriben en los medios. Incluso funcionarios publican como si fueran articulistas o columnistas. En muchos casos, de manera antiética, el medio cobra al político escribidor por ese espacio y eso no se informa. A nadie se le puede coartar su libertad para opinar, lo reprochable es cuando se pretende engañar al lector ubicando al político junto al resto de los críticos profesionales.

Lo siguiente aparece en el libro de Marco Lara Klahr: Diarismo. Cultura e industria del periodismo impreso en México y el mundo. (Editorial e. 2005):

“Martí Batres aparece en LJ [La Jornada], a la vez,como articulista, fuente, panelista y subordinado de López Obrador en la jefatura de gobierno del D.F. En este caso lo interesante es que: i) invariablemente, escribe artículos apologéticos de López Obrador, sin que ese diario advierta al lector que se trata de las ideas expresadas por un subordinado del tabasqueño -durante el lapso de revisión hemerográfica, y hasta que se convirtió en presidente del PRD capitalino, era subsecretario general del gobierno del DF-; ii) puede verse profusión de fotografías de él (aun en casos en los que la nota para que se utilizó de manera específica una foto no lo menciona a él), y desde sus mejores ángulos; iii) la medida de la consideración que se le tiene en ese diario la da el que el columnista Jaime Avilés se haya referido a él como ‘el niño sabio de la administración capitalina’. Así, en forma tan gratuita. Otro columnista del que LJ no hace explícito (independientemente de que el lector pueda inferir que es diputado federal) que fue secretario general de gobierno del DF cuando se generó el desacato sobre El Encino y es uno de los operadores políticos de López Obrador en la Cámara de Diputados es José Agustín Ortiz Pinchetti, quien en su columna “La vida (breve) en San Lázaro” también suele hacer panegíricos del tabasqueño.

“En las páginas de LCH [La Crónica de Hoy], el diputado federal panista Federico Döring sería la contraparte de Batres y Ortiz Pinchetti; en este caso, el diario tampoco advierte al lector que lo que está leyendo proviene de un diputado federal -quien además filtró a Televisa los videos donde el empresario Carlos Ahumada entrega fajos de billetes a René Bejarano y otros líderes perredistas”.

Aunque ejemplos como esos hay muchos en la prensa nacional, uso el de La Jornada porque el diario es una cooperativa de periodistas, que debería garantizar la independencia y ética.

En nuestro país cualquiera puede ser diputado; magnates, líderes sindicales, profesores, abogados, campesinos… No pasa lo mismo en el periodismo. Cualquiera puede escribir, pero no será considerado periodista si no reúne ciertos requisitos: debe saber escribir (conocer la gramática ser honesto, tener valor, desear la verdad, potenciar la palabra del ciudadano; poner el poder de la información al servicio de la ciudadanía; conocer y seguir los códigos deontológicos. Como señala Darío Restrepo: el periodista activa la capacidad de la gente para analizar, criticar y proponer. El político es cínico por antonomasia y ya lo dijo Ryszard Kapucinski en su famoso libro Los cínicos no sirven para este oficio: “nuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico”.

La participación de los políticos en la prensa no es cosa menor. Obviamente el político que escribe en un medio, editorializa; inusualmente intenta ser imparcial. Con lo que opina, intenta persuadir al lector para que actúe de cierta manera, conveniente a sus intereses. Es falta de ética usar una tribuna para defensa o autopromoción propia, de un partido o una ideología.

Hace tiempo que el político se dio cuenta que un diario es un intermediario entre él y el pueblo; que puede condicionar la conducta de los sujetos del voto. Por ello gastan cantidades millonarias para publicitarse.

En nuestra maleducada sociedad, el lector está en la indefensión; existe una marcada desigualdad en la contienda psicológica. La gente cree una información porque lo dice la autoridad (no me refiero a autoridad gubernamental) o lo cree la mayoría. Hace poco estuve en una reunión, ahí uno de los asistentes defendía encarnizadamente a Carmen Aristegui, le pregunté si recordaba un trabajo de investigación que ella hubiera realizado. No supo decirme. “¿Entonces por qué la defiendes?, insistí: “¡Porque es la periodista más escuchada de México!”, respondió.

Lucio Anneo Séneca afirmó: “No hay nada que nos enrede en mayores males que el adaptarnos a la opinión general y creer que las mejores cosas son aquellas que gozan de amplia aprobación. Si hacemos eso, viviremos bajo las reglas, no de la razón, sino de la imitación; y el resultado de ello será que iremos atropellándonos los unos a los otros en la carrera hacia nuestra destrucción”.

Afirma Iván Abreu Sojo: “El conocimiento sobre los asuntos públicos, en el cual deberían basarse opiniones sólidas, está fuera del alcance del común de la gente, la cual forma sus opiniones de informaciones incompletas y descontextualizadas y filtran lo percibido a través de sus propios prejuicios y temores.” Por ello, el lector debe estar informado sobre quién le dice qué cosas y decidir si quiere leerlo.

No se trata de que al político se le impida opinar, pero se debe indicar quién es, a qué partido pertenece, qué cargo ostenta. Debería también, aparecer en una sección especial, junto a políticos de otros partidos (lo ideal sería que también se señalara si el espacio fue pagado).

El periodista funcionario

Al contrario del político que escribe, aparece el periodista que se convierte en funcionario. En esta época de campañas, algunos políticos invitan a quienes cubren sus actividades electorales a que se unan a su equipo de trabajo. Pasada la contienda, algún periodista se convertirá en director de comunicación social del nuevo funcionario. Pareciera que no hay nada fuera de lo común, lo hemos visto incontables veces. Hay periodistas que siguen su carrera en la política y han llegado, incluso, a ser gobernadores. El problema es que, al formar parte de un organismo de gobierno, el periodista se convierte en funcionario, cesa su oficio de periodista, aunque se encargue de hacer boletines. Algo que, parece, no puede diferenciar el actor que cambia de escenario; algunos consideran que si forman parte de un gobierno de izquierda, se salvan del estigma. Pero no se salvan (máxime que pocos de esos gobiernos han salido bien parados).

Y no hay nada malo en ello: el periodista puede seguir como político o funcionario; pero no regresar a ejercer el periodismo, como usualmente ocurre. O lo peor: que ejerza el periodismo y al mismo tiempo sea funcionario de comunicación social, lo que se considera una falta de ética.

El periodista tiene su mayor capital en la credibilidad y la independencia. Por eso, para evitar el peligro de perder credibilidad al que se expone quien se vuelve vocero o asesor de un candidato, de un partido, sindicato o de un gobierno, en los códigos de ética se prohíbe a los periodistas que trabajen en las campañas electorales como apoyo a los actores.

Una autoridad en ética periodística en Latinoamérica, Javier Darío Restrepo, afirma que la máxima prioridad es la sociedad: “no es el periódico, no es el partido político, no es ni siquiera la patria, sino la sociedad. Entender que uno, como periodista, está al servicio de la sociedad y es a ella a quien le debe todo su esfuerzo y toda su lealtad”.

Y agrega: “Es como si el pacto del periodista con el público tuviera una exigente y celosa cláusula de exclusividad. No se formula en esos términos, pero en la práctica los receptores de información no toleran la apariencia de un periodismo con lealtad dividida y exigen la lealtad total como condición para otorgar, en reciprocidad, su fe en el periodista. El argumento del dinero escaso no es excusa. En los casos más críticos el periodista acude a otras actividades compatibles, como la enseñanza, o trabajos técnicos en una editorial: lector de originales, editor o corrector. En todo caso conviene pensarlo: ¿qué sería de un periodista sin credibilidad?”.

El periodista debe ser independiente de las fuentes financieras y de la política, principalmente. En general, los códigos de ética señalan que el periodista no debe militar en ningún partido, ni ser funcionario al mismo tiempo. El tener un trabajo en el gobierno y también en el periodismo se puede entender como una dádiva encubierta.

El experto colombiano cita un extracto del Código de Conducta de The Washington Post, un código muy estricto, en donde los periodistas, como si fueran funcionarios de primer nivel, tienen que declarar sus “bienes patrimoniales”:

“Mantener contactos con el gobierno figura entre las actividades más reprochables. Con el propósito de evitar conflictos de intereses, reales o aparentes, en la cobertura de los mercados comerciales y financieros requerimos que todos los integrantes de la sección Economía y Finanzas den cuenta de sus inversiones y activos financieros al editor encargado de la sección. […]. Requerimos que todos los redactores y editores de todas las secciones revelen cualquier interés financiero que pudiera estar en conflicto o diera la apariencia de estarlo en sus tareas relacionadas tanto con el hecho de informar como de editar”.

Restrepo cierra con una norma del diario El Tiempo de Colombia:

“Publicidad y Relaciones Públicas son actividades particularmente incompatibles con el ejercicio del periodismo […]. Tampoco (el periodista) podrá ejercer cargos oficiales, pertenecer a corporaciones públicas, desempeñar cargos diplomáticos, ni tener relaciones de dependencia alguna con los poderes públicos”.

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