Un criterio para conocer la calidad de un líder es la forma que asume responsabilidades o, en caso de no hacerlo, a quién o quiénes culpa. Aunque muy pocos son capaces de aceptar su actos y consecuencias, alguien que sólo sabe victimizarse no sirve para guiar.
Vayamos más lejos: es un recurso común de gobernantes autoritarios y religiosos culpar a otros cuando estalla un escándalo. Hace unos días el Papa Francisco culpó al Diablo de los escándalos de pederastia, pues su interés es erosionar a la Iglesia Católica. Por ello llamó a los católicos de todo el mundo a rezar una oración especial cada día de octubre para intentar derrotarlo. De esa forma se asume que la institución de la Iglesia es perfecta en sí misma y si falla algo no es por responsabilidad de quienes la operan, sino del mal.
Extrapolemos esto a la política y veamos cuán frecuente es que cierto perfil de líderes culpen a otros, sea la “mafia del poder”, el Banco de México u otros. Es más, se nos educó por décadas que el mexicano no es responsable de su devenir porque es víctima de una mítica violación de los españoles a las mujeres indígenas. Gracias a ello vivíamos en un laberinto de la soledad y por ello teníamos los gobiernos que mejor se acomodaban a nuestra idiosincrasia. O veamos otro ejemplo: nuestra Constitución era perfecta, pues era la primera de carácter social del siglo XX. El problema era que no se aplicaba.
Este discurso, sea en la religión o en la política, refuerza la creencia en una bondad primigenia de un líder y una institución, por lo que todo problema es resultado de una conspiración. El objetivo: que feligreses o ciudadanos mantengan una creencia en que al final el bien triunfará, más aún si la solución la provee una figura providencial. De esa forma se gobierna a través de la división entre un grupo y sus oponentes reales o imaginarios. Lamentablemente esta es la postura más cómoda.
El reto es desarrollar pensamiento crítico y exigir. ¿Es una invitación al ateísmo? Todo mundo es libre de creer o no. Más bien habría que separar la búsqueda interior del dogmatismo y la manipulación. Lo mismo ocurre en la política: quien cree en algo abdica de su condición de ciudadano y se convierte en súbdito. Distingamos patrones en los discursos para estar listos cuando se quieran usar.