sábado 01 junio 2024

La propaganda de la desgracia

por Leo García

La noche del lunes 3 de mayo, poco después de las 10:20pm, las redes sociales y espacios informativos en televisión y radio empezaron a mostrar imágenes poco usuales para la Ciudad de México. Había sucedido un accidente en el Sistema de Transporte Colectivo, el Metro, en su Línea 12. Pero no cualquier accidente. Un tramo elevado de su recorrido se desplomó mientras un tren iban circulando aún sobre él. En una ciudad con la densidad de la de México que su infraestructura funcione es casi un milagro. Que sucedan accidentes no es del todo sorpresivo. Pero lo que pasó ese día es una escena inusual aún para quienes hemos vivido en esta ciudad toda la vida.

No sólo eso. Esa misma noche también pasó algo que debería ser una fuerte llamada de atención, que a decir verdad no es la primera vez que pasa, y tendría que encender varias alertas. Se hizo propaganda buscando deslindar al régimen y a las autoridades. Se hizo propaganda de la desgracia.

Apenas a pocos minutos de sucedido, un coro digital apareció recitando la posibilidad que no hubiera sido un accidente, producto de la negligencia en el mantenimiento o por los defectos natos de esa construcción, sino que la desgracia hubiera sido resultado, o de un complot, o de un sabotaje. Pero no cualquier complot o sabotaje, sino además con fines de “golpear al gobierno”, de “dañar la reputación del presidente”, un misterioso sabotaje con “intenciones electorales” para perjudicar a los candidatos del partido de gobierno. Decían, un complot porque “a sus adversarios políticos” no les importaría matar.

Apegándose al concepto formal, propaganda es la comunicación que busca difundir doctrina para ganar adeptos. Se aplica para toda la comunicación emanada desde las instituciones del Estado dirigida hacia la población con el fin de influir en su percepción.

En la propaganda lo que domina es la carga ideológica del Estado que la genera.

Pedro Pardo / AFP

En los años recientes el concepto propaganda ha tomado una acepción negativa y razones no faltan. Se ha agravado el uso de la propaganda como un elemento de influencia social con fines de incrementar la polarización en la población con la intención, desde el Estado mismo, de afianzar su poder al erosionar la capacidad de influencia y movilización de la posible oposición política y el discurso disidente venido de académicos, periodistas, activistas y la misma sociedad civil. Además, la tecnología con el internet y las redes sociales han abierto frentes que multiplican su alcance, con su respectivo efecto y capacidad de influencia, como nunca antes en la historia.

Se puede afirmar que esa parte de la narrativa oficialista fue propaganda al cumplir cinco características propuestas por los Centros de Investigación de Comunicación Estratégica de la OTAN.

Primero, se requiere de respaldo de instituciones, medios, intelectuales, académicos, directamente relacionados con el Estado, que difundan la narrativa oficial y le den un sentido de validez. Que ayuden a hacerla parecer real y permita al segmento objetivo de la sociedad, a quien se dirigen los mensajes, a encontrarla con sentido y coherencia.

Segundo, es un llamado masivo. Se invoca a figuras retóricas del colectivo, en un insistente ejercicio de aglutinamiento meramente basado en simpatía e ideología. Se busca hacer creer al segmento a quien se dirige que son “todos”, que son “mayoría”, además, que son los “justos”, son los “buenos” y que les asiste la razón.

Tercero, no se basa en hechos comprobables ni hechos verificables, todo lo contrario; la narrativa apela a la persuasión enfocada en carga emotiva del mensaje y refuerza el rechazo a las comprobaciones que puedan contradecir la narrativa oficial. Tan así, que un efecto colateral es el rechazo, igualmente irracional, a las refutaciones que se puedan presentar y se les pondrá a la luz de obedecer a los intereses de aquellos a quienes el Estado presenta como sus enemigos. O bueno, con el eufemismo preferido, adversarios.

Cuarto, se prioriza la narrativa, el cuento por encima del hecho. No importan los hechos, sí se pueden verificar o no; no importan los datos, no importa sí son reales o no, comprobables o no. Importa el cuento que se cuenta acerca de los hechos, importa cómo se narran los hechos. Importa más quién y cómo lo cree e influir en cómo se opina al respecto.

Y quinto, como parte de la carga emotiva, se pone énfasis en la explotación de los temores, del miedo y se incita a un estado de incertidumbre causada por una amenaza ficticia o por la exageración de hechos sacados de contexto.

En medio de la confusión y la sorpresa, de ver que una obra de la relevancia como lo es el transporte colectivo se había desplomado, con todas las interrogantes propias de un suceso tan dramático, una rama del aparato de propaganda del régimen no escatimó en salir a intentar inducir en la narrativa la teoría del complot o del sabotaje. Con la prisa de exculpar al presidente, a sus funcionarios, a los posibles sucesores, a sus candidatos. Y culpar a la “oposición”. Con la respectiva retahíla polarizante.

Ante un hecho de esa dimensión, con el dolor latente, la realidad les chocó en la cara y su narrativa no trascendió más allá. Suficientemente breve no fue, ni si quiera debió intentarse. No es importante el alcance que tuvo, o lo limitado de este. Lo delicado, lo peligroso, es ver hasta dónde, al menos una rama de los distintos elementos de la máquina de propaganda del régimen, es capaz de llevar la narrativa y explotar sin el mínimo pudor una desgracia.

Por cierto, usted ¿ya pensó por quiénes va a votar?

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