“En tiempos de las bárbaras legiones, de lo alto de las cruces colgaban a los ladrones… Hoy, en pleno siglo del progreso y las luces, del pecho de los ladrones cuelgan las cruces…
Anónimo
Después de consumada la Independencia y establecida la República, durante el siglo XIX la iglesia no dejó de conspirar e incitar insurrecciones. El alto clero y sus seguidores tenían la creencia de que bajo un gobierno monárquico lograrían ser señores absolutos del país y no cejaron en tal propósito. Eso explica que durante los gobiernos conservadores, mandaran representantes a las cortes europeas para solicitar un príncipe que se pusiera al frente del partido conservador, para hacer del clero la casta dominante y privilegiada.
Los sermones divinos
En tal estado las cosas, la desastrosa dictadura de Santa Anna pudo ser el preludio de la monarquía pero estalló la revolución de Ayutla, que culminó con el triunfo de los ideales libertarios que le arrebataron al clero su hegemonía. Por ello, con la promulgación del Plan de Ayutla, la tensión entre la iglesia y el gobierno se incrementó.
Una vez emitida la Constitución de 1857, la iglesia católica declara que se trata de un código inmoral y contrario a la religión. Y desafía al gobierno: ante la promulgación de una ley que establecía que todos los servidores públicos y funcionarios debían prestar juramento de guardar y hacer guardar la Constitución, so pena de perder el empleo o el cargo que desempeñaban, el clero declaró excomulgados a quienes cumplieran con tal precepto y les negó los sacramentos incluso en artículo de muerte.
Casi simultáneamente a la promulgación de la Constitución fueron emitidas leyes como la del Registro del Estado Civil, que sometía a los cementerios bajo la custodia de la autoridad, además de otras que regulaban las obvenciones parroquiales y la desamortización de sus bienes. En ese entorno, siendo gobernador de Oaxaca, Benito Juárez se adjudica una casa que era de la iglesia para mostrar cómo debía cumplirse la ley de desamortización. Esto generó la abierta hostilidad desde los púlpitos. Entre otros casos que la documentan, está el registro de la forma en que, desde la diócesis de Michoacán, el obispo Clemente de Jesús Mungía atacó los artículos constitucionales que establecían las libertades de enseñanza, de pensamiento, de imprenta, de asociación; a los que prohibían los títulos de nobleza y honores hereditarios y los fueros, pero sobre todo a los que prohibían los votos religiosos y las adquisiciones de bienes raíces a las corporaciones religiosas.
La Constitución del 1857 ordenó la elección del Congreso y de Presidente, cargo éste último para el que resultó electo Ignacio Comonfort quien, a pesar de que quiso ser neutral entre conservadores y liberales, descubrió un intento de golpe de Estado fomentado por los frailes de la iglesia de San Francisco en la ciudad de México. La insurrección fue descubierta y sofocada y se le ordenó al gobernador del Distrito Federal, Juan José Baz, derribar el convento de San Francisco, erigido por durante de la conquista. Los frailes quedaron desintegrados al igual que la orden de los jesuitas, que fueron expulsados del país en1856. En tanto, la Suprema Corte de Justicia elegía como Presidente a Benito Juárez, quien fue invitado por Comonfort a participar en su gabinete como Ministro de Gobernación, dado que buscaba equilibrar su gobierno tendiente al conservadurismo clásico. La presencia de Juárez alimentó las esperanzas de los liberales puros, quienes demandaban el ajusticiamiento del arzobispo -la horca a De la Garza y Ballesteros junto con otros canónigos y obispos influyentes-, mas la sorpresa fue que, luego, Juárez fue destituido y puesto en prisión por Comonfort, bajo la influencia y el beneplácito del clero.
La iglesia a sus asuntos
Como resultado de las convulsiones internas del gobierno, repletas de traiciones exitosas y otras conjuradas, Comonfort es derrocado por los conservadores pero antes libera a Juárez y deja el Ejecutivo en manos del General Félix Zuloaga, un militar cortado a la medida de la iglesia. El cargo debía quedar en manos del Presidente electo por la Suprema Corte, o sea, Juárez. Pero Zuloaga, había sido impuesto por los conservadores, apoyados e influenciados por la iglesia. Esto ocasionó que hubiera dos presidentes y se desatara la guerra de los tres años entre liberales y conservadores (1858- 1861).
Al principio, las victorias fueron de los conservadores. Juárez tuvo que trasladar su gobierno a Guanajuato y Guadalajara, (donde estuvo a punto de morir a manos de la guardia de Palacio pero, según se cuenta, fue salvado por Guillermo Prieto). Sale del país por Manzanillo, pasa por Panamá para ir a La Habana y Nueva Orleáns, regresa por Veracruz y allí, con cierto apoyo de Estados Unidos (quienes reconocieron a Benito Juárez como el Presidente legítimo de México), instala su gobierno y promulga las Leyes de Reforma: en adelante, la iglesia no debería tomar parte en los asuntos del Estado.
El clero no dejó de obstruir al gobierno y de intrigar en las cortes europeas hasta conseguir una monarquía. La invasión francesa y el imperio de Maximiliano en México le dieron la esperanza a la iglesia de recuperar sus privilegios. Maximiliano y Napoleón, que no podían consentir en una ciega reacción contraria al progreso de los tiempos, pretendieron celebrar un concordato con Roma, pero siempre tropezaron con los obstáculos puestos por los arzobispos mexicanos, quienes no querían ceder un ápice en sus pretensiones. Al ver la actitud intransigente y la ambición del clero y a pesar de ser profundamente católico, Maximiliano dictó leyes reformistas que justificaron la actitud de los gobiernos liberales.
En tanto, Juárez proyectó una reforma constitucional por la cual se preveía el fortalecimiento del Ejecutivo frente a las atribuciones del Congreso de la Unión y de los gobiernos locales. Elegido Presidente para el período 1867-1871, recurrió repetidas veces a la declaración de “facultades extraordinarias”, lo que debilitó la vigencia efectiva de la Constitución y su propio prestigio. Como compensación, Juárez delegó parte de su poder en los militares conservadores, lo que no le evitó constantes pronunciamientos promovidos por los sentimientos localistas de los estados y el descontento de muchos de los caudillos militares surgidos durante el período de las dos guerras, los cuales consideraban al gobierno de Juárez excesivamente monolítico y cerrado.
Dispuesto a presentarse a la reelección en las elecciones de 1871, Juárez se enfrentó a Lerdo de Tejada, quien se separó del gobierno y formó un grupo que reunió a la mayoría de los diputados en el Congreso (diciembre 1870). Reelegido a pesar de la oposición que le acusó de fraude (junio 1867), Juárez hizo frente sucesivamente a la revuelta de Treviño (septiembre 1871) y a la más importante, a la de Porfirio Díaz (noviembre 1871). Apoyado por el general Ignacio Mejía, Juárez consiguió dominar los pronunciamientos, pero murió sin terminar su periodo en la ciudad de México el 18 de Julio de 1872, en no muy claras circunstancias.
Porfirio Díaz había llegado a la Presidencia por vez primera en 1876. De 1880 a 1884 la dejó en manos de Manuel González, su amigo íntimo. Para Díaz, sin embargo, no había más sucesor a la silla que él. “Era el general protagonista de la hazaña más grande de la historia” o el “caudillo indispensable”, como lo nombraban sus aduladores.
Díaz pudo haber sido uno de los grandes personajes de la historia de México. Son muchas las acciones que llevó a cabo en beneficio del país y, sin embargo, su necesidad de permanecer en la silla bajo la premisa de “pan y garrote”, y los más de 30 años de una muy personal dictadura, lo llevaron a salir huyendo tras una inequilibrada función presidencial, llena de concesiones para los cercanos y también para la iglesia. Hablar de don Porfirio, es incurrir en una ambivalencia un tanto desgarradora.
Perseverancia divina
El general Díaz procura una política conciliadora donde la iglesia goza de todo género de libertades, incluso algunas contrarias a la constitución del 57. El clero, por su parte, aparentó someterse a los poderes públicos, mas no cesó de ser opositor al gobierno. Sobre esa base, y a pesar de que antes había declarado que no competíría otra vez para ser Presidente, y aún en ese cargo, Díaz volvió a ser candidato en 1908 para las elecciones de 1910.
En aquel mismo año, 1908, Madero publicó el libro La sucesión presidencial en 1910, donde defendió la libertad política, así como la necesidad de formar un partido que participara en las elecciones presidenciales. Madero creó en 1909 el Partido Nacional Antireeleccionista, fue nombrado candidato a la Presidencia e inició una campaña electoral a fin de evitar la reelección de Díaz. Pero el gusto duró poco, el 6 de junio lo acusaron de “organizar una rebelión y de ultraje a las autoridades”, y fue encarcelado en San Luis Potosí.
La oposición al régimen abanderó a Francisco I. Madero quien, proveniente de una familia de terratenientes del norte y originario de Parras, Coahuila, fue apoyado por un heterogéneo grupo de fuerzas regionales. En las elecciones, que por cierto no fueron limpias, triunfó Porfirio Díaz, mientras Madero convenientemente seguía preso. Con la ayuda de la oposición, Francisco Ignacio en una época y Francisco Indalecio en otra, huyó a Texas. Urgió a la insurrección con el Plan de San Luis para levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910. La lucha inició en el norte de México cuando las tropas del general Pascual Orozco se enfrentaron al ejército porfirista, dando cuenta de ellos en varias ocasiones en su viaje hacia el centro. Francisco Villa que estaba en el norte hacía lo mismo y Zapata iniciaba lo suyo en el sur, en Morelos. El Porfiriato veía su última luz como dictador antes del exilio.
La revolución mexicana como proceso histórico fue un suceso matizado por una gran heterogeneidad. En términos generales, se caracterizó por ser una insurrección en la cual no se lograba distinguir un adalid único que apuntalara las directrices del movimiento. El fenómeno revolucionario mexicano es un acontecimiento inacabado desde la perspectiva de las reformas sociales. No sólo intereses internos sino también externos impidieron ver materializados los objetivos que los distintos ideólogos y dirigentes tuvieron.
Sufragio efectivo
Durante los primeros años de la revolución y a pesar de existir varios grupos opuestos al régimen porfirista, como lo eran los comandados por Villa o por Zapata, la propuesta de Madero alcanzó tal revuelo que se ganó la confianza y la simpatía de vastos sectores de la población, incluyendo la del Centauro del Norte y con mucho más reservas, la del Atila del Sur. La amplia visión de Madero y sus acciones innovadoras en materia de proselitismo político son de reconocerse. A pesar de ello, una vez que llegó a la Presidencia causó desilusión en muchos; incluso antes de ser electo, la firma de los Tratados de Ciudad Juárez ya había sido objeto de duras críticas al vislumbrarse la debilidad que podría llegar a tener el nuevo orden gubernamental. Derrocada la dictadura de Díaz, la iglesia creyó que el mandato de Madero entonaría un gobierno clerical. No fue así. El propio Madero no tuvo mayor enemigo que la prensa católica que lo befó, ridiculizó y escarneció con cuantos medios tuvo a su alcance, hasta ocasionar su caída y asesinato.