Es paradójico el haber pasado momentos casi en la miseria después de haber rozado el éxito más contundente que se conoce: el del recuerdo sensual, el de la permanencia en el rincón de la memoria donde se acumulan los deseos entre sábanas de espuma. Como corresponde a todo final feliz de la posmodernidad, el arrollador éxito económico le llegó después de la muerte: en 2011 entró en la famosa lista Forbes de las celebridades muertas que más ganan, con seis millones de dólares recaudados, empatada con George Harrison y dejando a Andy Warhol en el décimo tercer lugar.
Bettie Mae Page es la reina absoluta de las pin-up (término coloquial para referirse a las modelos de pósteres, chicas fotografiadas para ser clavadas —pinned up— a la pared). Ella define en sí el término, aunque no fue la pionera. Al contrario, al llegar en los años 50 al mundo de la “fotografía artística”, se había perdido de uno de los puntos más altos de esta popular industria, que durante la Segunda Guerra Mundial calmó los nervios y dio ánimos a millones de combatientes de ambos frentes. Sin embargo, llegó en el momento justo de una apertura en materia sexual impensable décadas antes y vio el nacimiento de una nueva etapa de la existencia que anteriormente simplemente no se vivía: la adolescencia.
Las pin-up han sido extrañamente ignoradas por los analistas de la comunicación. Si macluhaniamente el medio es el mensaje: ¿Cuál es el que trasmiten esas chicas que durante nuestra juventud nos sonríen desde nuestros muros? ¿Nos comunican que tenemos simple miedo a la vacuidad, horror ante una pared desnuda que debe ser llenada por bellezas inalcanzables para evitar un tapiz chabacano? ¿O las pin-up en sí fueron, desde finales del siglo XIX, la afirmación de que los hombres tenían derecho a las fantasías masturbatorias? La historiadora Maria Elena Buszek se atreve a teorizar que se trataba de un ejercicio de “disponibilidad”: para las modelos de estos afiches era importante mostrar que su simpatía, su sexualidad, su ser, estaban “disponibles” para los que adquirieran el póster. Aunque esto no deja de ser sino una mera especulación intelectual. Nuestro cinismo simplemente atribuye su éxito a los negociantes de la carne, que encontraron una forma más de explotar el sexo, vistiéndolo de “modelaje”.
Es en estos círculos donde inició su carrera Betty Page (la ortografía de su nombre cambia constantemente, de acuerdo con la fuente). La delgada morena, exestudiante de arte, entró al negocio de la mano del fotógrafo aficionado Cass Carr. Su salto grande a la “fama” llegó gracias al explotador Irving Klaw, quien la hizo una estrella indiscutible del bondage vendiendo por correo sus imágenes. Los amantes del sadomasoquismo la encumbraron de inmediato como su preferida y ordenaron filmes privados donde ejecutaba los más extravagantes actos de las deliciosas disciplinas del dolor.
El momento cumbre de Bettie llegó en 1955, cuando fue centerfold (póster central) de Playboy. La icónica imagen era un aliciente a la imaginación: la mostraba con gorro de Santa Clós e hincada frente al árbol navideño (la famosa composición falo-esclava-guiño). Pero apenas cuatro años después, sus emblemáticos juegos sensuales terminaban, al asumirse como una cristiana renacida en 1959.
Quizás los sesenta vieron la muerte de dios, pero no la de Page: al desaparecer del mapa se hizo más deseada, y mientras ella trataba convertirse en misionera (sin conseguirlo) el culto alrededor de su imagen crecía. Los ochenta y los noventa vieron su resurgimiento como heroína de comics, y en el nuevo milenio, la antes venerable MTV la marcó como influencia absoluta para famosas de la talla de Katy Perry, Madonna, Rihanna, Uma Thurman, The Suicide Girls, The Pussycat Dolls y Dita Von Teese. Lo anterior confirma que el medio sigue privando sobre el mensaje, pues es dudoso que Katy Perry se decante por el placer del látigo (aunque… quién sabe, gracias a la cancelación cibernética de la intimidad, quizás pronto la veamos siendo aporreada con deleite por un obeso galán disfrazado de rinoceronte).
Bettie Mae Page vivió el éxito, la pobreza, la locura, el misticismo, el olvido, el resurgimiento y, desde su muerte a finales del 2008, subsiste como leyenda. Nada mal para una de las millones de chicas que han adornado los muros de nuestras recámaras y las celdas de las prisiones, donde han ocultado el secreto de aquellos que subsisten gracias a un sueño de fuga.
Para circuir su cuerpo
Sin duda, Bettie Page fue famosa porque su hermosura estimulaba lo prohibido que era ver imágenes eróticas pero, sobre todo, por esa complicidad muy suya con el obturador: muchos aseguran que lo hizo con un esbozo de ingenuidad -y se amparan, por ejemplo, en el copete al ras de la frente- en tanto el de la voz sostiene que en el descaro se halla buena parte de su éxito. Como sea, en las más de 20 mil fotografías que de Page se conocen, aparte las tres cintas que filmó, son claras su traviesa sonrisa o su gesticulación salvaje, la sugerencia a apretar su voluptuosidad e incluso a ser castigada con el látigo de nuestro aprecio, o a caminar a su lado por la selva o en la playa o a retozar en cualquier silla y circuir su figura para dejarla a la intemperie de nuestros deseos. Al respecto de su desenvoltura ella misma explicó: “solía imaginarme que el de la cámara era mi novio y yo estaba haciéndole el amor”, y también dijo que, en todo caso, eso era más divertido que escribir a máquina durante ocho horas al día; tiene razón, excepto cuando se escribe sobre personajes como Bettie Page.
Arouet