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La historia de Jack el destripador no es secreto alguno. Los ecos de sus brutales asesinatos vibraron no sólo el este de Londres, lugar de las muertes, sino también más allá de las fronteras británicas, llegando gracias a los medios de comunicación hasta Estados Unidos. Sin embargo, la impunidad de los homicidios, la ferocidad animal a ojos de muchos y la histeria provocada por los diarios de la época sumieron a Jack el destripador en una especie de misticismo fantástico propio de las novelas victorianas de entonces. Tan fuerte y descriptivo que la sola mención de su nombre hasta el día de hoy es sinónimo de asesinato y marginación, violencia social y prostitución, características inseparables del este de Londres en 1888.
Como lo indica el diario londinense The Star en su edición del 14 de septiembre de aquel año &cada esquina de este perplejo laberinto [que es el este de Londres] revela una marca profunda de oscuridad social y una extraña y repulsiva particularidad de la naturaleza humana&.
A finales del siglo XIX, Londres presumía con toda razón de ser la urbe más poblada y rica del mundo. Dicha riqueza era un foco irresistible de atracción para millones de inmigrantes. En el este de la ciudad, polacos, rusos, irlandeses y judíos encontraron casa y trabajo. Dicha concentración demográfica repercutió en breve en una degeneración de las condiciones laborales y de vida de sus habitantes. La violencia familiar, la prostitución, el alcoholismo, la desobediencia social y los asesinatos eran endémicos. La tasa de mortalidad entre los niños, por ejemplo, llego a 20%.
Y aun en este nebuloso paisaje, los asesinatos de Jack se distinguen por su brutalidad, algunos dirán inhumanos, así como por la falta evidente de motivos. Luego de las autoridades, los diarios se presentaron como los principales interesados, cocinando toda clase de argumentos e hipótesis fruto de la imaginación, la ocurrencia y el ansia de venta más que de la investigación.
George R. Sims, escritor y periodista, en una de sus columnas aseguraba &sin-duda-alguna, algún doctor surgido de las filas de algún hospital psiquiátrico ha desarrollado una obsesión maniaca por perpetrar ese tipo de homicidios&.
The Star, quien asegurara sin temor a equivocarse ser el mayor diario en circulación del Reino Unido, en su edición del 27 de septiembre de 1888 citaba al investigador del regimiento de policías del sudeste de Middlesex, Wynne Baxter: &hace algún tiempo un norteamericano vino a una de nuestras escuelas de medicina en búsqueda de un espécimen de útero a cambio de 20 libras [en una era donde 18 libras era el salario anual de una lavandera]&.
The Star en el mismo editorial refuerza esta teoría diciendo que &esta cantidad es lo desafortunadamente alta para tentar la avaricia de muchos en una ciudad como Londres&. Contradictoriamente al final la nota concluye: &no le resta al público en general más que agradecer a Baxter la presentación de esta teoría en una investigación donde las autoridades se encuentran desastrosamente perdidas. Por nuestra parte no podemos aceptar esta teoría como satisfactoria. Los asesinatos de Whitechapel [que es como era también conocido el rumbo] permanecen a nuestra vista tan misteriosos como nunca&.
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El 19 de abril de aquel año, The Times especulaba diciendo: &a menos que el asesino sea un loco o alguien que sufra de alguna forma inusual de delirio alcohólico no existe explicación lógica alguna para infligir a alguien las otras 38 apuñaladas [hablando de la primera víctima quien murió de 39 heridas]&.
Otros diarios, aprovechando el imaginario popular, llegaron a usar frecuentemente un vocabulario mítico, religioso o moralista para retratar al asesino o más bien para dramatizar exponencialmente su brutalidad. Jack el destripador fue llamado monstruo, bestia, ghoul (personaje árabe que solía deambular los cementerios), Caín desquiciado o castigo divino. Para muchos no era coincidencia que las víctimas pertenecían no sólo a la clase mas baja de la sociedad sino a la clase de mujeres que ningún diario de los más de 15 consultados se atrevió a mencionar: las prostitutas.
Pobres mujeres pertenecientes a la desafortunada-clase de personas que suelen pernoctar en albergues comunes o street walkers eran los eufemismos usados para hablar de las hoy conocidas como sexo-servidoras. Como si la sola mención de la palabra prostituta abriese la puerta de un secreto escondido, públicamente conocido pero por nadie aceptado.
Este sensacionalismo no se detuvo ahí. Numerosos diarios se ocuparon en llenar incontables columnas con detalles sobre el estado en el que se descubrieron los cuerpos de las víctimas.
El Birminham Daily Post escribió el 1 de septiembre que el torso de la &desafortunada víctima fue encontrado abierto desde los muslos hasta el pecho de una manera sumamente desagradable [como si pudiese ser de otra manera] mostrando los intestinos que se salían por tres distintas aberturas. La ropa fue cortada en muchos lugares y el rostro aparece golpeado y descolorado&..
El Daily News escribía el 10 de septiembre en relación a otra víctima, Mary Jane Kelly: &el abdomen aparece abierto y destripado. Porciones de las entrañas yacen amontonadas sobre la cama mientras que el hígado esta dispuesto entre las piernas.
En los asesinatos de Jack el destripador se conjugaron una serie de factores tecnológicos, económicos y sociales que dispusieron suelo fértil a este sensacionalismo. La tentación fue demasiado grande para resistirla.
En primer lugar la combinación de la Revolución Industrial, iniciada 100 años antes que los asesinatos, y la imprenta resultaron en la producción masiva de textos. A pesar de la pobreza eran ya millones los que podían leer y escribir, lo que les permitía tener acceso a los diarios. La producción en masa también repercutió en los precios haciéndolos asequibles a sólo un centavo. Recordemos que para finales del siglo XIX un diario solía ser no más que una página con noticias que iban desde la venta de jabón o acciones financieras, hasta reportajes sobre asesinatos.
En segundo lugar cabe resaltar a los medios, exclusivamente los diarios en 1888, como negocio. La prensa escrita en Inglaterra tenía ya más de 200 años de tradición para ese año. La gente había pues leído todo lo que a asesinatos urbanos se refiere: era más bien cuestión de cómo presentarles la noticia para venderla. El medio donde tomaron lugar los asesinatos dio el material ideal para dichos artículos: las víctimas y los escenarios eran parte del mismo medio donde desposeídos sin reputación ni bienes vivían. En pocas palabras, a nadie le importaría lo que se dijera y como se dijera; se podía estirar, contraer y deformar la verdad a niveles raramente disponibles dando así la posibilidad de crear artículos que satisficieron a todo público. El tema central en este frenesí de amarillismo era uno: sexo.
Y como Eve Pollar, ex editora de Sunday Express y Sunday Mirror, resalta: &una de las razones por las que Jack el destripador llamó tanto la atención no sólo de la Gran Bretaña sino del mundo fue porque se trataba de sexo y tenemos que ser muy honestos al respecto, el-sexo-vende&. The Star llegó a vender más de un millón de diarios en un solo día. Un tiraje por el que muchos diarios actuales matarían por alcanzar.
Aparte de las descripciones, muchos diarios completaron sus relatos con ilustraciones y dibujos inspirados en testimonios y anécdotas. El resultado fue la exageración. The Illustrated Police News se ocupó diariamente en imprimir dibujos de los personajes involucrados de una manera casi caricaturesca, similar a los dibujos de súper héroes (o villanos) del día de hoy.
Los sospechosos-del-día (que aparecían por docenas a la semana) eran retratados con ceños fruncidos, desarreglados y con miradas suspicaces. Las víctimas eran dibujadas tanto en vida como en el estado en que fueron encontradas. Los escenarios eran siempre dramatizaciones teatrales de una obra oscura.
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Por otro lado los diarios, el principal medio de comunicación en el siglo XIX, fungieron un papel informativo y detectivesco. Fueron un factor de presión legítima frente a la autoridad y un primitivo cuerpo de policía creado 50 años atrás. Y lo mas importante, dieron a conocer al público una realidad que sólo individuos e instituciones de caridad se habían atrevido a revelar: la pobreza con todas sus implicaciones, por más vergonzosas que fueran para muchos: prostitución, violencia familiar, desnutrición, crimen, enfermedades sexualmente transmisibles, etcétera.
La sombra de los asesinatos y su cobertura mediática pusieron a Whitechapel en la agenda política misma, que se tradujo en una mejora notable de la vivienda, servicios de salud y en menor medida, seguridad, en los siguientes diez años.
Villanos ávidos de dinero o escrupulosos informadores, los diarios de la época convergieron en un punto: la creación de un mito. El nombre de Jack el destripador es probable que ni si quiera corresponda al asesino original, sino que se desprende de una carta recibida por un reportero de la Central News Agency el 29 de septiembre y que fue circulada públicamente por la Policía Metropolitana con la esperanza de que alguien reconociera la escritura.
La carta anónima original inicia con un sarcástico dear boss y concluye con la firma de un tal Jack the Ripper. Jamás hubo prueba alguna que encontrara una conexión clara entre el remitente y el asesino. El texto se limita a mofarse del papel de las autoridades al mismo tiempo que amenaza y describe de manera general asesinatos por venir.
Meses después las autoridades sospecharon que su creación era obra del mismo reportero que supuestamente la recibió; su nombre era Tom Bulling. Sin embargo la brevedad y simpleza del nombre fue un éxito instantáneo que dejaría una impronta en la mente. El nombre de Jack the Ripper fue rápidamente adoptado no sólo por los medios, sino por las autoridades y sobre todo los lectores.
El adjetivo ripper o destripador era la variable criminal de la ecuación; Jack podía ser cualquiera: un vecino, familiar o amigo. El enemigo vivía entre ellos mismos, o esto fue lo que el nombre sugería.
118 años más tarde, en diciembre de 2006, periódicos, radio y televisión británicos reportaban el asesinato de otra prostituta en la localidad de Ipswich, a unos 120 kilómetros de Londres. Para las autoridades era claro que un asesino serial de prostitutas andaba suelto. El 12 y 13 del mismo mes los encabezados del Evening Standard y el Daily Express (el primero es el diario de mayor circulación vespertina en Londres) titularon la noticia a ocho columnas: A la caza del destripador y El destripador de Ipswich, respectivamente.
¿La memoria de Jack el Destripador nos acecha? Ciertamente no. Jack vive porque los medios y los lectores lo desean. Los medios ciertamente no crearon o inventaron la brutalidad de los asesinatos o al asesino pero vieron y ven en él la posibilidad de beneficiarse económicamente y de atraer más lectores so pretexto de informar. Y, paradójicamente, el asesino encontró en los diarios su oportunidad de inmortalidad.