Nació en Malmo, Suecia, el 29 de septiembre de 1931. Desarrolló una imponente carrera como modelo y actriz, le espetó a Howard Hughes -cuando éste quiso facilitar su éxito mediante un pseudónimo-: “Si me hago famosa, el público aprenderá a pronunciar mi apellido; y si no, no me importa”, se bañó en la fontana di Trevi ante la cámara suprema de Federico Fellini y murió el pasado 11 de enero en La ciudad eterna. Se llamó Kerstin Anita Marianne Ekberg y es y será Anita Ekberg.
El productor Dino De Laurentiis había anticipado la friolera de 70 millones de liras para “La dolce vita”. No estaba dispuesto a perder y propuso a Paul Newman, ya famoso y deseado por las damas, para el papel protagónico masculino. Aunque el hombre de los ojos fascinantes estaba más que dispuesto a aceptar tal honor, Fellini, el incontrovertible, quería a un actor italiano apenas reconocido. De Laurentis consideró tal cosa un suicidio financiero y retiró sus morlacos: Marcello Mastroianni no tenía, según él, la categoría necesaria para representar el papel con el que el propio Marcello, de la mano de su perpetuo amigo Federico, dio identidad definitiva al concepto de latin lover. No consta que De Laurentis haya pasado el resto de sus días arrepentido, pero vale la sospecha razonable.
Otro que rompió con Fellini entre 1959 y 1960 fue Pier Paolo Pasolini. Originalmente participó en el guión. Pero vio que el director ni siquiera volteaba a ver esos papeles y salió por piernas. Terminaría diciendo que esa odiosa película era el peor engendro que había dado el catolicismo. Pasolini era un genio y ya se sabe que los genios a veces dicen cosas que solo ellos, o ni ellos, entienden.
Ya puesto a romper, Fellini lo hizo con el neorrealismo para mezclarlo con un simbolismo surrealista que tiene nombre propio: “Fellinesco”. Y ya puesto a inventar hasta la Via (Vittorio) Veneto es creación suya a partir de una calleja despreciable con un bar y un café, reconstruida en el feudo del más grande de los cineastas: Cinecittà.
Prohibida en todas partes hasta por un par de décadas, “La dolce vita” es controversial hasta en cosas donde no pareciera caber el desacuerdo. Según Fellini, el apellido Paparazzo (origen de la palabra paparazzi) lo sacó de algún conocido brumoso de su infancia. Giulietta Massina, su fervorosa amada, lo desmiente: la palabra es ocurrencia suya a partir de la contracción de pappataci (mosquitos) y ragazzi (jóvenes). Prefiero pensar que lo recordó Federico y Giulietta le dio sentido. Para más leña a la hoguera del misterio, la escena en que la bella rubia Sylvia y el cazador de frivolidades Marcello Rubini se bañan de noche en la fuente, fue filmada en enero según Anita Ekberg y en marzo según Fellini. Mastroianni no aclara nada: estaba demasiado borracho. Mientras la sueca gozaba del agua y decía “Marcello, come here”, el gran Marcello, el actor de carne y hueso, se vaciaba en el gañote una botella de vodka para resistir el frío del agua.
Muchas y variadas son, pues, las anécdotas y referencias culturales que nos dejó la que, sensata, cualquier mente debería considerar una de las mejores -o la mejor- películas de la historia. También nos dejó eterna, recreada una y mil veces como el primero de los desnudos reclinados o el más antiguo de los héroes mitológicos, a Anita Ekberg, que al ser llamada por Fellini ya tenía un peso específico y nunca dejó de ser enorme, pero en esa noche de aguas sucias del invierno romano alcanzó la eternidad que esa ciudad confiere a quien la toca. La eternidad que brotaba de Fellini y se trasminaba en cuanto hallaban frente a sus ojos, su desmesurado ingenio y su inegociable libertad.
Cuesta -quien pueda visitar ahora mismo mi mente sabe que es muy difícil- dejar “La dolce vita” en los párrafos anteriores para esbozar las razones que permitieron que Anita Ekberg fuera la única de todo el reparto principal a la que todos invitaron fascinados.
En 1951 ganó Miss Suecia, aunque no Miss Universo. Mirada poderosa, cuerpo impecable con curvas de ensueño, rubia total e inmensa, su belleza era indiscutible. Muy pronto debutó en cine con Abbot y Costello. En 1956, por una breve participación en “Blood Alley” de William A. Wellman, ganó el Globo de Oro a la revelación del año. Además de estos antecedentes, para 1959, cuando es llamada para “La dolce vita”, había trabajado al lado de Jerry Lewis, Dean Martin, John Wayne, Lauren Bacall, Henry Fonda, Audrey Hepburn, Mel Ferrer, Vittorio Gassman, Robert Ryan (junto al cual hizo su primer protagónico en “Back from Eternity”, de 1956), Bob Hope, Vittorio de Sica (en su faceta de actor), Fernando Fernán-Gómez, Victor Mature y Sterling Hayden.
Fue entonces, a los 29 años, cuando tuvo la fortuna extraordinaria de actuar bajo la dirección de Federico Fellini al lado de Marcello Mastroianni y otros grandes, como Anouk Aimée, Annibale Ninchi (quien le ganó el papel de padre de Marcello al enorme Yves Montand) o Walter Santesso.
En 1962, junto a Peppino De Filippo, volvió a ponerse a las órdenes de Fellini para “Le tentazioni del dottor Antonio”, dentro de “Boccaccio 70”, formada por cuatro películas cortas, en la que los otros tres directores fueron Mario Monicelli (guion de Italo Calvino), Luchino Visconti (con Romy Schneider) y Vittorio de Sica (con Sofía Loren). Casi nada.
Por si no bastara, después sumó a sus grandes compañías nombres como Frank Sinatra, Ursula Andress y Shirley MacLaine.
No es difícil entender que sintiera que el cine ya le había dado cuanto podía darle y se apartara de ese arte, pese a un paso decadente -que me inclino a perdonarle- en “Bámbola de Bigas Luna” (1997).
Tras sus grandes éxitos, con poco más de 30 años, y ya retirada del cine, sacó provecho de los remanentes de su belleza modelando para Playboy.
Su vida amorosa también fue una pasarela de notables: En 1956 se casó con el actor británico Anthony Steel, de quien se divorció en 1959. Cuatro años después se casó con el actor Rik Van Nutter, matrimonio que duró hasta 1975. Entre sus amoríos se cuentan nombres como Tyrone Power, Marcello Mastroianni, Errol Flynn, Frank Sinatra y Gianni Agnelli, presidente de Fiat.
Envejeció fea hasta la ridiculez. ¿Pero acaso importa si siempre estará en los misteriosos laberintos de nuestras mentes como la rubia impresionante que una noche romana se bañó en la fontana di Trevi junto a Marcello Mastroianni, ante las cámaras de Federico Fellini en una de las películas más geniales y trascendentes que se hayan filmado nunca o puedan llegar a filmarse?