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domingo 15 diciembre 2024

El golpismo en Brasil, ayer y hoy

por Pedro Arturo Aguirre

El pasado 1 de abril se cumplió el 60° aniversario del golpe de Estado en Brasil que condenó al país amazónico a padecer más de veinte años de una ominosa dictadura cuyo oscuro legado de represión, censura y violaciones sistemáticas a los derechos humanos aún deja sentir sus efectos. Esta conmoración ocurrió cuando se desarrollaba una investigación sobre otro intento de derrocar a un gobierno democráticamente elegido, donde los presuntos conspiradores fueron el expresidente Jair Bolsonaro y un grupo de militares allegados. Quizá por eso mismo este aniversario pasó ausente de actos oficiales de conmemoración por orden del presidente Lula da Silva, quien al parecer no quiso “echarle más leña al fuego” y evitó incrementar tensiones con las fuerzas armadas. Esta decisión de Lula consternó a la izquierda, la cual esperaba del gobierno honrar a las víctimas de un régimen que restringió las libertades y torturó, encarceló y asesinó a los opositores, uno de ellos precisamente Lula, quien fue encarcelado por liderar huelgas durante el período autocrático.

El golpe de los años sesenta puso punto final a uno de los períodos más brillantes en la historia brasileña: Fue la “edad de oro” del bossa nova, cuando músicos y poetas reflejaban el estado de ánimo de la entonces la boyante y optimista clase media brasileña, en especial de la que vivía en Río de Janeiro. Para Brasil, el futuro se mostraba prometedor y brillante. Era aún el país del futuro que pronosticara, en su momento, Stefan Zweig, con un presidente inteligente, emprendedor y popular como lo fue Jucelino Kubitschek; una nueva capital, Brasilia, futurista y deslumbrante, concebida por el genio de Oscar Niemayer; un interesante movimiento de cineastas muy creativo conocido como el cinema novo; el auge de importantes escuelas de arte, sobre todo en Sao Paulo; y (para los brasileños no menos importante) con la generación de Pele, Garrincha, Zito, Vava, Didi, Amarildo, Zagallo y las estrellas que salieron campeonas del mundo en los mundiales de fútbol de 1958 y 1962. Pero todo eso se fue al traste por culpa de malos políticos, militares ambiciosos y las vicisitudes de la Guerra Fría

Todo empezó a finales de 1960 con la elección del demagogo Janio da Silva Quadros como nuevo presidente de Brasil para sustituir a Juscelino Kubitschek. Quadros era un político pintoresco cuya principal promesa consistía en combatir la corrupción y para demostrar su determinación en emprender dicha tarea hizo campaña presentándose en los mítines blandiendo una escoba (tal como lo hizo hace poco Javier Milei con su motosierra). El auge brasileño vino acompañado de mucha corrupción, sobre todo en torno a la construcción de Brasilia, y por eso el mensaje de Quadros caló tanto. Pero era un individuo extravagante e impredecible. Desde el principio, los militares brasileños desconfiaron de él, sobre todo porque había viajado a La Habana para “aprender qué está sucediendo allí” y encontrarse con Fidel Castro y Ernesto Guevara. Y, ciertamente, su presidencia fue errática, por decir lo menos. Sobrevino una situación de inestabilidad y de enfrentamientos con la oposición, sobre todo con el Senado. Quadros presentó su renuncia de manera intempestiva el 25 de agosto de 1961, apenas siete meses después de su toma de posesión, como una descabellada estrategia para doblegar al Senado. La idea no funcionó. El Congreso aceptó la renuncia y asumió la presidencia el entonces vicepresidente Joao Goulart.

El nuevo presidente había estado asociado al gobierno populista Getulio Vargas y tenía la intención de aplicar un ambicioso programa económico y social con un decidido intervencionismo estatista, amplio reparto de tierras, aumentos significativos a los impuestos a la renta y proteccionismo comercial. Todo esto sin contar con mayorías suficientes en las Cámaras legislativas. En política exterior trató de establecer un equilibrio con Estados Unidos mientras promovía un acercamiento político a los países del Pacto de Varsovia. La oposición, las fuerzas armadas y Estados Unidos se opusieron a las ideas de Goulart. La “gota que derramó el vaso” vino a finales de marzo de 1964, cuando el presidente “Jango” (como se conocía popularmente a Goulart) pronunció un discurso anunciando un paquete de medidas para mitigar las desigualdades sociales, el cual fue detonante del golpe de Estado porque fue percibido como “demasiado apasionado” por la derecha. El 2 de abril de 1964 el presidente del Senado Federal declaró vacante la presidencia de la República y los militares tomaron el poder en Brasil y comenzaron a gobernar a través de Actos Institucionales (AI), decretos con supuesto poder constitucional para intentar legitimar la dictadura y ampliar los poderes de los militares. Según un informe de la Comisión Nacional de la Verdad, el régimen militar fue responsable directo de 434 muertes y desapariciones forzadas, cifra si bien mucho menor que la de las víctimas de las dictaduras militares en Argentina o Chile, pero los defensores de los derechos humanos no dejan de hacer énfasis en los más de 20 mil casos de tortura perpetrados en este período.

Actualmente las aspiraciones golpistas siguen siendo vistas como una táctica política legitima por la extrema derecha. Al igual que el episodio de 2023, el movimiento de 1964 respaldó el discurso de “liberar al país de la corrupción y el comunismo”. Por ello, desde su retorno a la presidencia para un tercer mandato Lula ha buscado mejorar las relaciones con las fuerzas armadas, máxime ahora que viven un momento delicado. Por otra parte, cunden en Brasil las narrativas revisionistas que hacen la apología de la dictadura. Los defensores del golpe de Estado de 1964, entre ellos el expresidente Bolsonaro y sus simpatizantes, señalan que ese movimiento que contó con el respaldo de la clase media, los medios de comunicación y las élites empresariales y la califican de “revolución” porque supuestamente salvó al país del comunismo y llevó a Brasil al pleno desarrollo. Existe un vínculo directo entre tal apologismo y el intento del 8 de enero de 2023. Por eso el defensor de Derechos Humanos brasileño, Silvio Almeida, lamentó mucho la cancelación de las ceremonias conmemorativas y la suspensión de una campaña de sensibilización cuyo el lema iba a ser: “Sin memoria no hay futuro”.

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