Con frecuencia los mejores expositores del nacionalismo son extranjeros. En México muchos nacionalistas —que son mayoría entre la población—, tienen la fantasía de que el país sería un sitio mágico que retendría con su esplendor a los extranjeros. Cualquier nación, sin embargo, puede convertirse en hogar de individuos que encuentren en ella un ambiente más favorable al de la sociedad que les dio una lengua materna. Quizá su situación de extranjería hace que tales personas pongan mayor atención al color local. Esto lleva, a quienes se han hecho oriundos a sí mismos, a apreciar características particulares, e incluso a explotarlas, en acciones que, a su vez, marcan a la cultura que los acoge, incidiendo en la tradición e incluso contribuyendo a sus reinvenciones.
Las contribuciones de los extranjeros a la cultura local seguramente ocurren a diversos niveles. Uno de fácil identificación es el de la vida cotidiana. La tarea editorial que ha desarrollado Artes de México —que en múltiples ocasiones ha mostrado las cualidades estéticas de objetos comunes—, ha incluido a personajes no mexicanos que han marcado la manera de ver al país. En coedición con el Museo Franz Mayer, en 1995, Artes de México publicó Franz Mayer fotógrafo. A su vez, recientemente el Museo Franz Mayer alojó la exposición de cerámica —vajillas y otros elementos de ornato— “Felix Tissot: lo eterno y lo moderno” del 12 de noviembre de 2019 al 16 de febrero de 2020. Ahora Fauna, una nueva editorial y distribuidora de libros de arte —encabezada por la editora Sara Schulz—, publica Felix Tissot, libro que acompaña a la exposición.
Tissot nació en Francia en 1909, pero siendo adolescente, casi niño, se fue a la Indochina francesa, colonia de su país en Asia. Eso fue apenas el inicio de periplos que lo llevaron a vivir en Nueva York y California, antes de llegar a México. Se acercó a la cerámica cuando tenía más de cuarenta años. Muy pronto sus creaciones se cotizaron económicamente y fueron valoradas en términos de diseño en Estados Unidos. A sus casi 50 años llegó a Taxco en 1956. Su negocio de cerámica floreció en años subsecuentes. Aunque hacia el final de su vida pasó un año en Málaga, México se había convertido en su casa y regresó aquí a pasar sus últimos años, muriendo en Irapuato en 1989.
A su vez, Franz Mayer nació en Alemania (1882), pasó por Londres y Estados Unidos, llegó a México en 1905, tuvo otra breve temporada en Estados Unidos durante la Revolución mexicana, y murió en la Ciudad de México (1975). La combinación de su afán coleccionista y su legado económico —producto de su genio financiero y empresarial—, hicieron posible el Museo Franz Mayer. Sus pasiones fueron diversas e incluyeron la fotografía.
En el libro Franz Mayer fotógrafo —editado por Margarita de Orellana, Héctor Rivero y Alberto Ruy Sánchez—, llama la atención la aparente familiaridad de las imágenes. A primera vista podrían parecer folclóricas. Sin embargo, no lo son por cuando menos dos razones: las fotografías de Mayer anteceden a lo más pintoresco del cine mexicano de la primera mitad del siglo XX y están vinculadas a las miradas de varios extranjeros sobre México, incluyendo a fotógrafos contemporáneos y al cineasta soviético Eisenstein (a De Orellana le ha interesado la representación de México en su libro La mirada circular. El cine norteamericano de la Revolución mexicana, 1911-1917). Sobre todo, Franz Mayer, como fotógrafo, se mostraba más cautivado por el ritmo de las formas que por algo específicamente mexicano.
El libro Felix Tissot es un objeto cuidado e ingenioso: su portada reproduce la textura de un plato del ceramista. Contiene textos de la curadora de la exposición Ana Elena Mallet —académica de diseño del ITESM—, y de la antropóloga y gestora cultural Gobi Stromberg. Mallet hace un recuento biográfico de Tissot, Stromberg da cuenta de la actividad artesanal, comercial y cultural de Taxco. Stromberg describe que cuando Tissot tenía su mayor actividad, Taxco atraía visitantes, incluyendo estrellas de Hollywood. Ambas autoras hacen notar que la dedicación a la platería en Taxco —que posteriormente resultaría tan distintiva del lugar—, fue producto de los esfuerzos del estadounidense William Spratling, quien llegó ahí en 1929. Mallet cuenta que, para abrir su primera tienda en 1958, Tissot debió asociarse con un mexicano, debido a las restrictivas leyes del momento. Formalmente, la bienvenida al extranjero no era evidente.
Mallet también describe que, con los turistas en mente, la producción de Tissot tuvo un giro folclórico para complacer expectativas, aprovechando el trabajo en papel amate de artesanos de Xalitla. Hacia mitad de los sesenta la cerámica de Tissot era utilizada por hoteles y restaurantes de todo México, además de ser comercializada en diferentes expendios: el extranjero Tissot aportaba color local a los establecimientos mexicanos. Mallet y la mayoría nacionalista que he mencionado aprecian este tipo de lazos con lo tradicional. No obstante, desde mi perspectiva antinacionalista, buena parte de lo más atractivo de la obra de Tissot está en piezas que escapan de la localización cultural.
La curadora Mallet asegura que la cerámica de Tissot es moderna e innovadora “sin perder la esencia de la tradición”. Pero el trabajo de Tissot y su extensa difusión comercial podría ponderarse de mejor manera sin suponer una tradición mexicana preexistente, sino viendo que el negocio y el arte de Tissot —como el trabajo en plata inaugurado por Spratling—, contribuyeron a la construcción de lo que hoy vemos como mexicano. Para esto, no hace falta atribuir lo que es siempre un proceso social a individuos aislados como Mayer y Tissot. Igual que cualquier otra, la nacionalidad mexicana no está conformada de una vez y para siempre, sino que es imaginada, inventada —“mentira” construida y defendida por una comunidad—, e invariablemente está en recreación continua.