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domingo 15 diciembre 2024

“Jorge Gómez Naredo, ‘El perro Leal'”

por Marco Levario Turcott

En un lejano paraje selvático habita el can Jorge Gómez Naredo, conocido como “El perro leal” por ser el más ferviente defensor del lobo, un gobernante narcisista y autoritario. La insignia tiene su mérito sin duda, porque la competencia por adular al líder es consuetudinaria y feroz. Hay que adelantarse a los elogios o ser más diestro en ellos que los demás y eso lo sabía hacer bien, tanto que hace tiempo pregonó con mucho orgullo que él era un fanático de aquel carnívoro mesiánico.

Cada mañana, echado frente al trono, “El perro leal” escuchaba las aullidos de Lobo para idear su plan de promoción y defensa del poder. En un día normal movía la cola emocionado y sentenciaba: “¡Eres el más sabio sobre la tierra!”, entre otras lisonjas, mientras los demás animales reían disimuladamente. En otros momentos de trajín ladraba lo más fuerte que podía como cuando, cierta vez, Lobo inventó un enemigo imaginario para distraer la atención de sus propios errores. Se llamó BOA (Bloque Opositor Amplio) y, aunque su amo después dijo que lo más real a ese término es una canción interpretada por la Sonora Santanera, Leal continuó gruñendo contra el falso enemigo durante varias semanas. No debían existir dudas sobre su fidelidad.

En otra ocasión “El perro leal” le gruñó a una tortuga porque ésta se había burlado de tres monos que lamieron las garras de Lobo para limpiar su investidura, que estaba manchada de sangre. Cualquier crítica contra Lobo hace que “El perro Leal” se transforme en fiera, o al menos que eso parezca, porque Gómez Naredo es una chihuahueño de raza pura, tiene los ojos saltones, las patas cortas y las orejas puntiagudas. Como sea, inequívocamente se lanzaba contra los enemigos de Lobo con uñas y dientes, aunque sus ladridos sólo espantaran a las hormigas.

Cierto día, hubo varias movilizaciones de animales jóvenes contra Lobo y entonces éste incentivó a que otros animales también mancebos le expresaran su apoyo y descalificaran a la disidencia, entre otras razones porque, dijeron, tenía sangre aristócrata. El respaldo era artificial y rascista pero “El perro Leal” lo festejó de inmediato cómo si fuera genuino y no una estratagema para aplastar a la oposición. Desde entonces, Lobo, complacido con la lealtad de Leal, lo recompensó con carne y huesos además de nombrarlo como su perro favorito, lo cual hizo que el can se creyera invencible. El problema es que su amo ordenó que Leal fuera encadenado a la puerta de su casa, un palacio virreinal, para tenerlo como perro guardián. Leal no se quejó, incluso consideró el acto un honor porque él quería servir a Lobo de cualquier manera.

Con el tiempo, las cadenas le infectaron las patas, y el chihuahuita se debilitó, más aún porque su dieta consistía en un huevito con salsa de tomate y un trozo de pan duro cada día. No obstante, cada vez que escuchaba a alguien clamando libertad, su instinto se activaba y volvía a ladrar, ahora lastimosamente. Hace poco lo hizo frente a un grupo de animales que exigían diálogo y libertad, “¡Incluso para Leal que está encadenado!”. Aquella vez, el perro hizo un esfuerzo supremo, levantó la cabeza y emitió un gemido lastimero que él creyó ladrido, también gruñó aunque los demás oyeron chillidos, intentando defender a Lobo, quien ya estaba en el ocaso. El hecho es que los últimos testerazos de Jorge Gómez Naredo, “El perro Leal”, fueron contra quienes exigían libertad. Ahora, es muy probable que él mismo sepa que ha pasado la vida defendiendo su propia esclavitud.

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