Es un mastodonte impresionante. Lleno de presunción, se plantó en el salón de clases con una sonrisa autocomplacida, atuzándose la barba y el bigote. Seguramente aquellos jóvenes sabían quién era pues, en los últimos días, los medios de comunicación y las redes sociales lo habían hecho famoso. Su voz engolada resonó como canto de gallo en celo. “Buenos días”, dijo mientras se deshacía del saco y la corbata como si estuviera luchando con otro hombre. Su barriga prominente se balanceaba mientras anunció: “Me llamó Ulises Lara López y seré su profesor de Gobierno y Asuntos Públicos”.
Ulises Lara López inició su carrera en el movimiento estudiantil del CEU en 1986, al que vio como el tren de un viaje sin rumbo pero con determinación. Tendría unos 30 años de edad, nunca había sido movido por ideales y comprendía que el pragmatismo era la herramienta para el bienestar de su familia conformada por su reciente matrimonio.
Al no hallar cabida en la dirección del CEU, Ulises Lara se unió a una corriente opositora que tomó en serio la reforma universitaria en vez de mirar como botín político a la UNAM. Tres años después, como delegado en el Congreso que definiría los cambios de la institución, olvidó los acuerdos del grupo en el que participaba para convertirse en un radical promotor de la revolución en México. Sabía que eso no era posible pero él debía sobresalir y, mientras eso ocurría, aceptó incentivos económicos de parte de las autoridades de la Universidad y, simultáneamente, se afianzó como profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. En ese tiempo conoció a Martí Batres y a su hermana Lenia y tuvo intensos enfrentamientos con los dirigentes del CEU y sus seguidores como Claudia Sheinbaum. Sí, la familia Batres y Ulises Lara fueron enemigos de quien 35 años después sería presidente de México. Aunque en ese periplo, terminarían por unir esfuerzos entre el abandono de los principios de unos que se volvieron porros y el tren sin rumbo fijo de Ulises dado que su destino sería el que, a su juicio, le diera los mayores satisfactores.
Durante los siguientes años, el mastodonte paseaba por la Facultad desempeñando cargos públicos que reflejaban su mediocridad. Pero su perseverancia en el cochupo fue recompensada, sobre todo porque alimentó su amistad, coincidiendo con el rápido ascenso político de Martí Batres. Siempre a la sombra del protagonista, Ulises operaba con lealtad o asumía cargos de asesor para no estar fuera de la nómina hasta que recibió su premio en la fiscalía de justicia de la CDMX como vocero y coordinador de asesores. Lo que siguió lo catapultó a la fama: fue designado encargado del despacho de esa fiscalía para seguir la ruta que anduvo Ernestina Godoy: ser el brazo político de la procuración de justicia. En esas lides, por órdenes de Claudia Sheinbaum, el profesor universitario protegió a Javier Corral, un prófugo de la justicia, en una operación que implicó amagues contra la libertad de expresión, en particular, contra Ciro Gómez Leyva. Así como se lee: el mismo mastodonte que en 1986 exigió a los medios libertad de prensa para darle eco al CEU, 38 años después amenazó a un periodista por el delito de informar y por esas mismas razones persigue a Humberto Padgett.
Ulises Lara López ha continuado su camino sin más rumbo que pensar en él. Sin preguntarse nada. La ciudad lo absorbe diariamente y él desaparece en ella. Está donde quiso estar, en un lugar sin salida ni sentido. Al menos no para él porque él es una pieza más de una maquinaria destructora de leyes e instituciones. Ahora le queda la ambición, sólo el vacío.
El día en que el profesor se presentó en el aula y dijo su nombre, muchos recordaron que, para ocupar su cargo, había tramitado un título fraudulento de abogado. Por eso es que, al terminar de decir la materia que impartiría, las risas sonaron como si fueran traqueteos de ardillas traviesas jugueteando en un hombre sin principios.