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sábado 14 diciembre 2024

La pena de Austria

por Pedro Arturo Aguirre

Austria nunca hizo un proceso de desnazificación como el realizado por Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, y durante décadas se consideró una víctima más de Hitler cuando, en realidad, fue su más entusiasta aliada. Este país jamás realizó una reflexión autocrítica honesta y profunda sobre su responsabilidad en las masacres de los nazis y esa negligencia permitió a la extrema derecha austriaca heredera del nazismo mantenerse activa durante la posguerra. En 1948 se decretó una amnistía para levantar las sanciones contra la inmensa mayoría de quienes habían militado en las filas del nacionalsocialismo y se permitió la formación de partidos herederos, en alguna medida, de la ideología nazi. El más relevante de estos grupos fue el Partido de la Libertad (FPÖ), con un antiguo nacionalsocialista de alto rango, Anton Reinthaller, como fundador principal, quien defendía la idea de rehacer una Gran Alemania basada en la lengua germana, rearmada “para beneficio de la alianza occidental” y acrítica con la experiencia nacionalsocialista. Aunque por décadas estuvo marginado de la posibilidad de integrar cualquier coalición en virtud del “cordón sanitario” que le aplicaban los partidos tradicionales, el FPÖ siempre mantuvo una nada despreciable presencia social y ello lo hizo un partido especial en comparación con el resto de los movimientos nacionalistas y de extrema derecha europeos.

Hacia finales de los años ochenta surgió la figura de Jörg Haider, quien ya desde esa época (mucho antes de que se pusieran de moda) convirtió al FPÖ en uno de los partidos populistas de extrema derecha más poderosos de Europa. Carismático, sonriente y de porte atlético, con un aspecto moderno y juvenil, amigo de la ropa informal pero a la moda y de los coches deportivos, experto en mercadotecnia electoral, Haider supo seducir a miles de austríacos que nunca antes habían votado al FPÖ valiéndose de una narrativa demagógica y radical pletórica en hostilidad a las élites políticas y económicas y de rechazo a los inmigrantes, capaz de explotar los miedos de una parte de la sociedad a la globalización y, en particular, a la Unión Europea. Como ha sucedido son otros líderes populistas, utilizar un discurso provocador y lleno de declaraciones chocantes mucho ayudaron al crecimiento electoral de este líder austriaco, quien también enarboló la bandera de lo que él llamó “austropatriotismo” para la supuesta en defensa de “las raíces cristianas de la patria” contra la creciente presencia de inmigrantes musulmanes.

El éxito de Heider se hizo patente en las elecciones generales de 1999, cuando el FPÖ se convirtió en la segunda fuerza política del país. Los democristianos del Partido Popular Austriaco entonces cayeron en la tentación y formaron una coalición con los ultras. La Unión Europea, espoleada por el entonces presidente francés Jacques Chirac, impuso temporalmente una serie de sanciones políticas y diplomáticas a Viena consistentes en la restricción de las reuniones con representantes institucionales, la suspensión de los contactos oficiales a nivel político y el no apoyo a los candidatos austríacos que optasen a cargos en organismos internacionales. Pero estos desaires diplomáticos no afectaron las relaciones esenciales con genuino calado político, pues tanto el canciller austriaco como los ministros iban a seguir asistiendo a los consejos de la UE. Por su parte, Israel decidió retirar a su embajador en Viena. Todas estas sanciones orillaron a Haider a dimitir como líder del partido en 2002, aunque siguió siendo una personalidad extremadamente influyente hasta su muerte en un accidente automovilístico en 2008.

En las elecciones generales austriacas celebradas del pasado 29 de septiembre, y acorde con la ola ultraderechista en boga, FPÖ se erigió en la primera fuerza política del país bajo la tutela de un líder tan controvertido como lo fue Heider: Herbert Kickl, quien ama presentarse a sí mismo como el “canciller del pueblo” (Volkskanzler) (una apelación utilizada en los años treinta por Hitler), acusar de “traidores al pueblo” a sus adversarios y reproducir las ideas típicas de la extrema derecha radical como las obsesiones conspiranoicas y deportar a los inmigrantes foráneos (con la eufemismo de la “remigración”). También es furibundo aniislamista, adora a Vladimir Putin y niega la existencia del cambio climático. Durante la pandemia combatió los confinamientos y la vacunación obligatoria. Este es el perfil por quien han votado casi un tercio de los austriacos, por cierto, muy similar al de Björn Höcke, el líder de Alternativa para Alemania (Afd) en Turingia, donde hace apenas un mes los ultras fueron por primera vez los más votados con el 33 por ciento de los sufragios. Höcke es también un feroz crítico del Islam, partidario de la “remigración”, proputin y negacionista climático. Además de un nostálgico de la época nazi: ha criticado que se presente a Hitler como “totalmente maligno”, censurado el Monumento a los judíos asesinados en el Holocausto y utilizado la retórica nazi, como la consigna “¡Nada para nosotros, todo por Alemania!”, grito de guerra de las secciones de asalto nazis (SA), razón por la cual fue juzgado y multado el pasado mes de abril.

Los partidos de extrema derecha en Alemania y Austria difieren otros casos de ultras europeos en un aspecto primordial: ambos son claramente más radicales que sus similares en el resto del continente europeo. En los últimos años los partidos del arco populista de derecha han procurado moderar sus posiciones, pulir aristas y tratar de parecer más “presentables”, asumiendo algunos de los principios básicos del consenso europeo que antaño habían combatido con ahínco. Algunos analistas han bautizado este proceso con el nombre de “melonización” en alusión a la primera ministra italiana y líder del posfascista Hermanos de Italia, Giorgia Meloni, el nuevo referente de la ultraderecha “aceptable”. Un camino que ya había iniciado en 2011 la francesa Marine Le Pen, con su política de “exorcismo” del antiguo Frente Nacional, hoy Reagrupamiento Nacional, con evidente éxito. No ha pasado lo mismo en tierras germánicas. Tanto el FPÖ austriaco como Alternativa para Alemania han experimentado un proceso de radicalización en sentido inverso, hasta el grado de coquetear con los viejos eslóganes nazis.

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