Este cuento trata de un grillo con un profundo complejo de inferioridad porque nunca pudo asimilar su corta estatura. El grillo se llama Mauricio Mejía y se ostenta como escritor.
En este cuento, las frustraciones del personaje principal comenzaron a desarrollarse desde sus primeros recuerdos, cuando escuchaba a su padre reclamando a su madre por el pequeñito vástago que trajo al mundo y su cara de grillo con un lunar negro en la quijada, formas que nada tenían nada qué ver con su genética ni la de sus ancestros. Ya en los primeros años de la escuela, la sensación de ser el más bajo del grupo hicieron que “El grillo”, como le decían, renunciara a convivir con los demás y hasta consigo mismo. Es decir, Mauricio se desprendió de su propio cuerpo para creerse alto y parecido al padre, y poco a poco ideó diferentes tretas para ser visto de esa misma forma.
En la primaria, Mauricio comenzó a destacar copiando en los exámenes o pagando para que alguien hiciera su tarea. Así, recibía felicitaciones de los maestros, reconocimiento de sus compañeros y algo de misericordia de su padre. Con el tiempo, el chapulín perfeccionó sus artes del copiado y labró un futuro promisiorio. Un día asistió a la conferencia de un cronista quien, igual que Salvador Novo, aparecía donde quiera y hablaba de todo, declaraba para revistas de espectáculos y reseñaba las epopeyas de Santo o la misteriosa belleza de María Felix y era amigo de cantantes y actrices. Es decir, tenía el cariño que nunca había tenido el hijo de un padre evergonzado.
“El grillo” comenzó a imitar al cronista. Hablaba como él, con donaire intelectual y rozando los labios sin abrir la boca, elaboraba ironías similares a las de él y también se acompañba de gatos como lo hacía su modelo a seguir. El cronista aceptó una relación cordial con él, entre otras razones porque le causaba gracia mirarse a él mismo en miniatura. Mauricio afianzó la costumbre de escribir como él y se hizo cronista del DF. Así publicó dos libros y estableció nexos con el director de una revista que sucumbió a sus estridulaciones.
Con el arribo de Internet, el cronista emergente perfeccionó sus artes. Copiaba párrafos enteros de escritores poco conocidos en México y los hacía pasar como suyos igual que cavilaciones que a él nunca se le hubieran ocurrido en la vida. Pero su ego crecía con cada elogio y esa sensación lo llevó a sumarse a la corriente populista que estaba en ascenso en el país, y entonces rompió con la publicación que lo había acogido. Como el director fue tomado como enemigo del ascenso populista, Mauricio también operó en su contra y a cambio fue nombrado editor de una publicación oficialista llamada “Sentido común”.
El cronista se consolidó como un experto en aparentar una destreza y una cultura que no tiene. Cuando bebe, y eso lo hace muy seguido, le atormenta que sus padres no hubieran podido admirar su éxito debido a su muerte repentina. Después de varios whiskys que introduce en la garganta con las dotes de un mago, costumbra mirarse al espejo, reír como idiota y finalmente arrastrarse como un gusano. Sabe que su estatura física refleja a su estatura moral. Por eso está solo y sólo escucha maullidos.
Ahora, Mauricio Mejía se siente un grillo amante de los gatos aunque, en realidad, este cuento finaliza con la sombra larga de un enano.