sábado 18 mayo 2024

Las cortesanas y el feminismo

por Arouet

El feminismo recalcitrante es un amasijo de creencias que incentivan la militancia por encima del reconocimiento de la sociedad diversa y las libertades individuales; por ello es en esencia autoritario e ignorante.

Dudo que aquel tipo de feminismo incorpore dentro de su raigambre cultural, por ejemplo, a las cortesanas. Es harto probable que las catalogue, como hace con (casi) todo lo que elude reflexionar, en el listado del histórico dominio patriarcal: no está en su naturaleza asumir a las cortesanas también como un esfuerzo para salir avante e incluso como impronta sin la que, sencillamente, no podría explicarse el arte en distintos periodos históricos.

El feminismo recalcitrante no valora –porque no puede y porque no sabe– a las mujeres que pudieron abrirse paso en un mundo de hombres, para acceder a los disfrutes que (casi) sólo estaban destinados para ellos. Más bien las condenan como hizo el cristianismo cuando ellas florecieron en el Renacimiento (que, entre otras vertientes, implica la búsqueda de la belleza como hicieron griegos y romanos, sí, también con las llamadas hetairas). Estoy convencido, además, de que no tienen idea de que buena parte de las Venus de aquel periodo –en cualesquier expresión del arte– se debe a las cortesanas, vale decir, a las mujeres que mostraban el cuerpo desnudo sin arredrarse por su exposición pública sino incluso al contrario aunque esa exposición les implicara someterse al escarnio. ¿Sabrán que “La dama que se descubre el pecho” de Tintoretto es Verónica Franco (suponiendo que conozcan la pintura)? Y si lo saben, ¿qué opinan sobre la libertad de Verónica Franco para mostrarse frente al artista, más aún que ella cobrara 15 escudos por un beso o 50 por una noche? ¿Mediante qué clases de consignas las mujeres están impedidas de hacer eso en la actualidad?

¡Ah, las cortesanas! Por lo menos podríamos reconocerlas si no es que guardarles gratitud. Gracias a que no les sedujo la idea de la castidad como pasaporte para la vida eterna según las religiones, su impronta está esparcida en innumerables manifestaciones artísticas, vale decir, son inmortales. Quien leyó a Zola o a Balzac, o quien escuchó a La Travieta de Verdi, la adaptación musical de la novela de Dumas hijo –entre otras inagotables manifestaciones de creatividad– sabe bien de lo que hablo. Intento evitar la sobrecarga moral, quiero decir, el juicio lapidario o el aplauso libertino: miles de mujeres también eligieron diferentes caminos y su aporte a la equidad de género es indudable (la señora Channel pudo ser cortesana pero el aporte suyo fue en otra ruta, por cierto), pero las cortesanas merecen un espacio dentro de las contribuciones.

Todos estamos contra la esclavitud. Pero no por ello todos vamos a voltearnos para no ver a una odalisca retratada en un hermoso cuadro ni tampoco agachar la vista al saber que el culo hermoso tendido en la cama fuera de Luise O’Murphy, una de las amantes de Luis XV (y es que las cortesanas además han sido mujeres de poder no sólo de alcoba y fiesta). Y ya no me refiero a Las tres gracias de Rubens, la Flora de Tiziano u otras grandes obras para no apenar no a quienes se enteren en este momento de que las modelos fueron cortesanas, no, sino para no exhibir demasiado a las exponentes del feminismo trasnochado que casi todo lo reducen a dominación o a trata. Como advierte Susan Griffin, las cortesanas transgredieron la moral de aquel entonces y ahora son el símbolo mismo de la transgresión.

Hubo pintores que escondieron sus devaneos y con ellos a las cortesanas cuando las usaron como modelos para algún cuadro religioso (puede entenderse, imaginen Florencia y Venecia en el Renacimiento). Pero acudo a Rafael, anoto “El retrato de una joven”, “La Fornarina”, o sea, Margherita Luti, la hermosa amante del artista. Lo hago porque Rafael no tuvo arrestos para aceptar su amor siendo ella cortesana y entonces, al menos entre las obras en las que ella modeló, valoro más a “La hija del panadero” y “La dama velada” que al pintor, me quedo con su mano entre las piernas y la mirada traviesa, también con el ofrecimiento generoso de los senos, y me quedo también con la mirada apacible de la velada –obra maestra de Rafael– además de todo, porque parece una santa. Ah, y una burla de la doble moral: parece como si Margherita saliera del cuadro para reír de la cobardía de su amante.

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