sábado 18 mayo 2024

¿Hacia una nueva coalición parlamentaria en Europa?

por Pedro Arturo Aguirre

Los años setenta representaron para las naciones industrializadas de occidente una dura etapa recesiva donde las economías entraron en crisis, las divisas se tambalearon, creció el desempleo y decayó la productividad industrial. Los reacomodos y dilemas vividos en este período pusieron a prueba a la entonces conocida como Comunidad Económica Europa (CEE), cuyos fundamentos empezaron a ser duramente cuestionados por, supuestamente, adolecer un “déficit democrático”. Sectores ciudadanos en las naciones comunitarias percibían a “los burócratas de Bruselas” como funcionarios alejados de las realidades de la gente común y demasiado irrespetuosos con las soberanías nacionales. Por eso la CEE debió posponer sus propósitos de instalar una unión económica y monetaria para mejores tiempos y dedicarse a tratar de fortalecer sus fundamentos democráticos. En 1979 se celebraron por primera vez elecciones directas para elegir a los diputados al Parlamento Europeo, en las que participaron los ciudadanos de las a la sazón nueve naciones miembros. 

Las grandes familias políticas europeas se organizaron para dar vida a las confederaciones, partidos, alianzas y coaliciones que presentarían una plataforma electoral común y, más tarde, trabajarían juntos en el Parlamento Europeo dentro de las distintas fracciones parlamentarias. Los socialistas, laboristas y socialdemócratas formaron la Coalición de Partidos Socialistas (CPS). Los social y democristianos se aliaron en el Partido Popular Europeo (PPE). Los liberales se unieron en la Federación de Partidos Liberales y Demócratas (FPLD). Los comunistas no crearon ningún partido, pero se comprometieron a trabajar juntos dentro de una sola fracción parlamentaria en el Parlamento. Los conservadores instituyeron a la Unión Democrática Europea (UDE). Algunos partidos de centro derecha, encabezados por los gaullistas franceses, establecieron al grupo Demócratas Progresistas Europeos (DPE). Varias organizaciones que se habían distinguido en sus respectivos países por su oposición a la CEE se unieron en el “Grupo de Coordinación Técnica”. Por últimos, varios partidos se presentaron a la elección sin ninguna alianza o afiliación con organizaciones de otras naciones comunitarias.                   

El europeo es el primer parlamento supranacional efectivo del mundo. Ha habido otros experimentos, pero se han limitado a ser foros más o menos irrelevantes, como lo es, por ejemplo, el Parlatino, reunión de los parlamentos latinoamericanos tan inútil que ha sido apodado por algunos como el “Parlanchino”. El Parlamento Europeo se elige por sufragio universal para un período de cinco años, cuenta con 751 miembros y dispone hoy (después la ampliación de sus competencias con tratados como los de Maastricht, Niza, Ámsterdam y Lisboa) de amplias facultades en materias como la agricultura, política energética, protección de los consumidores y del ambiente, los fondos de la Unión Europea y un largo etcétera. Ejerce juntamente con el Consejo Europeo las funciones legislativas y presupuestarias. También elige al presidente y al resto de los miembros de la Comisión Europea. 

Pero pese a la importancia de este Parlamento supranacional los comicios paneuropeos no han logrado despertar el interés de los electores. El abstencionismo ha sido patente en mayor o menor grado en cada una de las naciones comunitarias. En 2019 se abstuvo, en promedio, cerca del 50 por ciento del censo. No es el dato más elevado, pero desde 1979 se observa una tendencia a no acudir a votar. De hecho, hasta en ocho países nunca ha votado más de la mitad de los empadronados en elecciones europeas (nueve, si incluimos a Reino Unido mientras fue Estado miembro). Históricamente, las elecciones al Parlamento Europeo han sido elecciones de segundo orden y buena parte de quienes acuden a votar a ellas lo hacen teniendo en mente más los temas nacionales que los comunitarios. 

Sin embargo, la relevancia de las elecciones europeas está cambiando con el auge de los populismos. Existe un creciente temor a que los partidos más extremos pudieran condicionar la labor del Parlamento Europeo. Primero vino el auge de la izquierda radical, con formaciones como Podemos, Syriza o el Movimiento 5 Estrellas abogando por un cambio rápido del sistema. Después llegó el auge de la extrema derecha, con partidos como como Alternativa para Alemania, Fratelli d’Italia o la Agrupación Nacional francesa. Hasta ahora, la alianza de los grupos de centroderecha y centroizquierda ha aislado a los partidos más intransigentes y los ha mantenido lejos de las posiciones del poder comunitario. Pero esta dinámica cambiará, muy probablemente, a partir de junio de este año, cuando se celebren unas nuevas elecciones paneuropeas. Tanto los sondeos como la propia realidad nacional de los Estados miembros indican un auge imparable de las opciones populistas. De hecho, la extrema derecha podría empatar en número de eurodiputados a la “super gran coalición” de centroderecha y centroizquierda que ha gobernado Europa en las últimas décadas. De esta manera, por primera vez el peso de la extrema derecha podría ser decisivo en el nuevo Parlamento. 

Sin embargo, hay aquí un importante matiz: las extremas derechas europeas tienen importantes diferencias entre sí. Por eso, conscientes de que tendrán que llegar a acuerdos alguna de las expresiones de extrema derecha, algunos miembros del PPE ya han comenzado a fijar postura, empezando por la actual presidenta de la Comisión, Ursuvon der Leyen, quien busca su reelección. Conviene recordar que los políticos comunitarios han suavizado mucho su posición respecto a la extrema derecha a nivel europeo. La posibilidad de que en el próximo Parlamento Europeo la coalición de democristianos, conservadores y alguna extrema derecha pueda alzarse por primera vez con la mayoría ha hecho que algunos políticos fijen condiciones para un posible acuerdo. El alemán Manfred Weber, presidente del PPE, exige a los potenciales socios del PPE estar a favor de Europa, de Ucrania y del Estado de derecho. Estas declaraciones fueron muy mal recibidas por los grupos de los Socialistas, Liberales y Verdes, quienes acusaron a los populares de entregarse a los partidos de extrema derecha. Ciertamente, los límites establecidos por Weber dejan fuera a algunas de las formaciones por su marcado carácter prorruso y euroescéptico. Sin embargo, el hecho de que la reacción del centro derecha no sea de rechazo total permite ver pistas de lo mucho que puede moverse en las instituciones europeas a partir de junio. Quizá por todo esto el interés por participar en las elecciones europeas ha crecido exponencialmente. Como nunca los europeos parecen estar conscientes de la importancia que tienen la Unión Europea y las próximas elecciones para renovar su Parlamento en un contexto internacional de creciente inestabilidad. Así lo muestra la última encuesta del Eurobarómetro, la cual detecta un aumento de la intención de voto en las elecciones europeas con un 71 por ciento de ciudadanos que “muy probablemente” acudan a votar. Solo una alta participación podrá impedir que los populismos releguen a la irrelevancia a las opciones de centro izquierda en la formación del gobierno europeo para los próximos cinco años.

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