sábado 18 mayo 2024

La conformidad según Bertolucci

por Germán Martínez Martínez

Sea poco o sea mucho, invariablemente en diversos momentos nos conformamos ante los otros —actuamos contra nosotros y nuestros deseos— integrándonos a eso que percibimos como los demás. El inconformista absoluto no existe: si fuera coherente sería un individuo que habría trascendido los lenguajes, alguien que experimentaría la soledad conquistada y tendría que escapar a sentir que ese hecho es logro excepcional; alcanzaría el aislamiento imposible, trascendental. En cambio, no son escasos quienes parecen vivir para la conformidad: personas que escogen estudios universitarios correctamente, que sientan cabeza a la edad promedio de su sociedad, que tienen hijos porque ya toca, todo dentro de un “estilo”… vidas predecibles con la identificación de mínimos rasgos. Un conformista descubre que tal o cual artista sería notable —le informan que sería “bueno”— y por años subsecuentes pronunciará elogios ante sus obras. Quizá hasta crea extasiarse ante ellas. Y porque abre opciones de reacción ante viejas películas resulta valiosa la tradición de incluir un filme considerado clásico en cada Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. En la Muestra de este final de 2023 —que se proyecta del 9 al 26 de noviembre y en otras sedes de la Ciudad de México del 17 de noviembre al 16 de diciembre— la elegida fue El conformista (1970) de Bernardo Bertolucci.

La película de Bertolucci sucede bajo el régimen fascista italiano.

Las respuestas del público ante la cinta de Bertolucci (1941-2018) pueden ser infinitas. A mí se me ocurre imaginar unas cuantas, por ejemplo, la proveniente del conformismo repetirá elogios; aunque el filme pueda ser confuso y hasta aburrido, a pesar de no ser otra cosa que narrativo. Esta posibilidad tiene además el combustible de que la película está basada en la novela homónima de Alberto Moravia publicada en 1951, lo que incita más halagos, independientemente de leer o no las obras del escritor. También puede haber quienes encuentren disfrutable, o al menos entretenido, ver un eslabón de la historia del cine o llanamente la apariencia de los protagonistas, pues no hay que renunciar al derecho a decir lo evidente: la belleza de los actores Dominique Sanda, Stefania Sandrelli y Jean-Louis Trintignant, han fascinado y fascinarán a más de uno, comenzando por el director (que una sirvienta mande un beso a “Marcello” habla de su atractivo también en el mundo de la cinta). Habrá quienes lean lecciones políticas en la trama y quienes críticamente sepan ver que, quizá, en general, El conformista no sea para tanto.

Aunque ligeramente difícil de descifrar —más por estructura fallida que por complejidad— la anécdota en la película es sencilla: Marcello Clerici (Trintignant), de 34 años, busca trabajo en el gobierno fascista de Benito Mussolini, se integra como parte de los aparatos de inteligencia y represión, tiene una misión en París y —cuando cae Mussolini— sobrevive continuando su vida como si no hubiera sido parte del régimen criminal; hasta acusa a otros de fascistas y les adjudica faltas que él cometió. Hay añadidos que los espectadores han de tomar como románticos y eróticos, aunque a duras penas se consigan esos rasgos por el tono incoherente, o inalcanzado, del filme.

El actor Jean-Louis Trintignant es el protagonista de El conformista.

La opción de encontrar paralelos históricos para proclamar la vigencia de la película de Bertolucci es rica en pretextos. Al principio de la cinta, un locutor de radio habla del redescubrimiento de “virtudes ancestrales”, como ahora se perora sobre pueblos buenos y cuestiones originarias. Ese personaje también cita al propagandista por excelencia Joseph Goebbels —doctorado en filología y escritor aficionado— quien habría disertado sobre “el aspecto prusiano de Benito Mussolini” y añade el locutor, lo que “llamamos el ‘aspecto latino’ de Adolf Hitler”, calificando los regímenes encabezados por ambos como revoluciones antiparlamentarias y antidemocráticas. Actualmente, los giros iliberales tanto en democracias consolidadas como emergentes muestran derivas semejantes ante las que muchos alertan. Bertolucci, a su vez, no dejó de insertar su postura política con personajes incidentales que cantan “La internacional”. En su versión en español “La internacional” —el himno obrero y socialista proveniente del siglo XIX— identifica al conjunto de los hombres con esa organización partidista trasnacional: “el género humano/ es La Internacional”, demagogia insostenible. Si bien estos no son asuntos centrales en El conformista, las similitudes con el principio del siglo XXI se expresan incluso a través del personaje de Giulia quien califica a un grupo social diciendo: “típico intelectual: negativo e impotente”.

El espía fascista logra continuar con su vida despúes de la guerra.

Marcello vive con su pasado a cuestas, sea real o imaginario; la cinta de Bertolucci carga torpemente con esos recuerdos. Al principio la acción se divide entre el pasado en Italia y un viaje en coche en París, pero los saltos en tiempo y geografía difícilmente añaden elaboración al personaje, aunque acumulen datos sobre él. El recurso de la memoria se repite una y otra vez, sea al visitar a su padre o durante la confesión exigida para el matrimonio con Giulia, lo que enfrenta a Marcello con un recuerdo: en otra escena titubeante quizá asesinó a alguien. No obstante, hay sarcasmo efectivo en que Marcello sea absuelto tan pronto menciona que pertenece al organismo que elimina subversivos. También hay acierto en que las imágenes lleven, en algún instante, de la realidad a una pintura y de regreso. Sin embargo, predominan características que no son paradigma de habilidad cinemática: la musicalización estrambótica y los movimientos estrafalarios no construyen una atmósfera carnavalesca. Por el contrario, hay tomas que rayan en lo ridículo: grandes salones vacíos en vano intento de capturar la arquitectura fascista. El manejo de la historia y los personajes también adolecen de simpleza pues raras veces está presente el valor de la contradicción, como el momento en que, sólo por palabrería, Giulia expresa deseo sexual y parece incitar a Marcello, en circunstancias no conducentes.

El conformista es una película demasiado verbal, acaso por su origen literario. En las proyecciones, si uno no comprende italiano ni francés, ni lee con rapidez los cuantiosos subtítulos es probable que pierda información sustancial del argumento. El Clerici de Bertolucci no vive la tensión entre integración e individualidad. En contraste, Manganiello es divertida y caricaturescamente burdo: iguala a cobardes, homosexuales y judíos en su desprecio. Por su parte, durante su misión Marcello propone a la esposa de quien debe asesinar que huyan juntos a Brasil, sólo para después atestiguar su acribillamiento. Aun con el contacto físico que llegan a tener, ella lo consideraba un despreciable gusano. Un burócrata cuenta a Marcello que otros trabajaban con el régimen por miedo o dinero —casi nadie por fe en el fascismo— pero declara no comprender los motivos de Marcello. Decir la palabra misterio no es suficiente para convocarlo.

La fotografía de El conformista es de Vittorio Stotaro

Varios personajes califican a Marcello, desde su madre que lo tiene por moralista hasta Giulia que se dice indigna de él. Marcello describe a Giulia como pequeñoburguesa, mediocre, llena de ambiciones mezquinas, “toda lecho y cocina”. En la estación de radio alguien expresa a Marcello que: “todos quisieran ser diferentes de los demás, pero, en cambio, tú quieres ser igual a todos los demás”. Un problema de esta película es que demasiado en ella es explícito, informativo, dado sólo por los diálogos. Su problema ético parece ingrediente abundante para el arte, todavía más en una encrucijada histórica que puso las morales a prueba; pero no es suficiente. Hay mucho por explorar, por ejemplo, que la inconformidad no es garantía de felicidad sino, apenas, de cierta dignidad. El conformista de Bertolucci no atina a asomarse a tanta materia.

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